Tras el éxtasis de Crisol, Pan y toros volvía a escucharse en La Malagueta. El pasodoble emblemático de cada uno de los paseíllos que se celebran en este coso regresaba en el séptimo festejo de abono, planteado inicialmente como dinástico, y modificado por la baja de José María Manzanares.

Ginés Marín no tiene apellido ilustre en el toreo, como lo tenían sus dos compañeros de cartel, los hermanos Rivera Ordóñez. Simplemente es el hijo de un guardia civil que también ejerce como picador en su cuadrilla, pero que está llamado a hacer cosas muy grandes en el toreo.

Tras ser triunfador de lo que llevamos de temporada, en la que sabe ya lo que es salir a hombros de plazas como Las Ventas de Madrid, ayer refrendaba ese buen momento en Málaga, con una entonada actuación en el primero de su lote, un toro justo de fuerza y raza de Juan Pedro Domecq con el que ya de salida se mostró variado con el capote por verónicas e incluso también con gaoneras de inicio. Lo cuidó en el caballo, pese a lo que perdía las manos en el primer cambio de manos con el que pretendía comenzar la faena. Duró lo mínimo para dejarnos disfrutar de su toreo al natural, con algún pase de pecho de entidad. Pero sobre todo, los espectadores se percataron que tenían ante ellos a un torero con el don del temple, gran elegancia y una cabeza privilegiada para resolver las adversidades. Todo ello lo aplicó para sacar partido de donde no había materia prima, en un conjunto pinturero con recursos poco habituales como los afarolados antes de rematar las series. Tras un fin de faena a pies juntos, la plaza estaba convencida; pero faltaba la rúbrica con los aceros que fue donde se atrancó.

Como debe ser, Ginés quería más, y al cornalón sexto lo recibió con lances con una rodilla en tierra con sabor antiguo. Tenía guasa el juampedro, que constataba que ganaderamente se pasaba del indulto del día anterior de ´Jaraiz´ a una deslucida corrida. Manso e incómodo no solo por sus astifinos pitones, cabeceaba y se vencía hacia el cuespo de un torero que permaneció impávido ante el peligro. Se metió entre las dos puntas, jugándose una cornada en cada muletazo con la actitud de quien quiere ser figura del toreo. El uso del estoque es la única nota preocupante, ya que en tardes como la de ayer le pudo hacer perder una oreja de cada toro y eso, a la larga, se puede pagar.

Abría cartel el mayor de los hermanos Rivera, Francisco. En su despedida de esta plaza antes de retirarse el próximo 2 de septiembre en su Goyesca de Ronda, quiso reverdecer viejos laureles en una plaza de la que incluso llegó a ser empresario. No se despertaron pasiones en el que abría plaza, donde lanceó de recibo capotero sin más, y al que desarrolló una faena de mano alta y periferias a un toro sin fuerzas. Antes había cogido en banderillas a su subalterno Juan García, afortunadamente sin consecuencias. La falta de raza era otro handicap para que hubiera lucimiento, por lo que el resultado fue insulso en una labor de monopases que no tuvo argumentos para prolongarse en el tiempo como lo hizo.

Más entonado estuvo en el segundo de su lote, donde apretó ya de salida con un recibo de capote bullidor y variado. Participó Cayetano en un quite por tafalleras antes de decidirse a atender la petición de algún aficionado de poner banderillas; entre las que destacó un tercer par por los adentros con exposición. Enrabietado, comenzó la faena rodillas en tierra, aguantando ya de pie que le echara la cara arriba. El de Juan Pedro tenía la virtud de tener prontitud y transmisión, lo que viene a ser casta. No es que fuera un dechado de bravura, pero la suficiente para desbordarle por momentos en los primeros compases de la faena, con más enganchones de lo deseado. Cuando se vino a menos, fue cuando pudo estar más cómodo en la cara del toro, demostrando el oficio adquirido durante toda su trayectoria. Tras un pinchazo y una estocada trasera, recibió una cariñosa despedida.

En el caso de Cayetano, se ratificó que la afición malagueña gusta de su tauromaquia. A él también le gusta esta plaza, donde ha cosechado algunos de los triunfos más destacados de su carrera. Gusta ver esa fusión de casta y elegancia en suertes como la larga cambiada que con los pies abiertos le instrumentaba de recibo a su primero, aunque luego no hubiera continuidad en el toreo a la verónica. El banderillero Iván García saludó por segunda vez en esta feria, ya que también lo hizo en la encerrona de Fortes, y el comienzo de faena fue vibrante con tres pases por alto sentado en el estribo; aunque luego el animal no quería ir tras la muleta que le presentaba. Por el pitón derecho al menos se tragaba medio muletazo, y por el izquierdo ni eso; con lo que sólo quedaba la opción de aprovechar la inercia a tablas para dejar algún pase de pecho con empaque ordoñista. Aunque el entregado público le pidió una oreja tras la estocada, la presidencia no la consideró mayoritaria y todo quedó en una fuerte ovación.

Inédito con el capote en el quinto de la tarde, otro toro justo de toro, recordó el inicio de faena a su abuelo Antonio con pases por alto a pies juntos por ambos pitones. Aunque el resto del trasteo fue largo, no se alcanzaron las cotas de temporadas pasadas por varios motivos: porque el burel se defendía de esa falta de fuerzas con cabezazos, y porque él no terminó de apostar con una deficiente colocación en la mayoría de los pasajes. Cerró como empezó, por alto y a pies justos, antes de pinchar y lograr una estocada habilidosa, como la de su primero.