Como si fueran en manifestación, miles de aficionados recorrían el Parque a las seis de la tarde en dirección a la plaza de toros. La Malagueta se convertía en punto de concentración para casi diez mil almas deseosas de ver un gran espectáculo de arte, cultura y tradición.

Los tendidos lucían bellísimos a las 7 en punto, casi llenos, cuando se iniciaba el paseíllo del cartel mejor rematado de la Feria Taurina de 2017. El Juli, Alejandro Talavante y Andrés Roca Rey se enfrentaban a un encierro de la ganadería de Núñez del Cuvillo en el que había depositadas muchas confianzas. Todo estaba dispuesto para vivir una gran tarde de toros, a la espera de los que saliera por los chiqueros no descompusiera todo. A punto estuvo de hacerlo, pero finalmente la solvencia de Talavante hizo que paseara una oreja.

No comenzó bien la tarde para El Juli, que no quiso ni ver al que habría plaza, un toro con el que no se dio coba. Simplemente no le gustó. Es cierto que el animal, a punto de cumplir los seis años, le había echado la cara arriba, que había flojeado en el caballo y que en la muleta no quería embestir; por lo que tras tocarlos por abajo le vio el suficiente peligro como para considerar que no merecía la pena hacer un esfuerzo. El público protestó su decisión de abreviar, peguntándose que dónde estaba el mando y poder que se le presupone a esta gran figura del toreo. El colmo fue que se mostrara medroso a la hora de entrar a matar en las dos primeras ocasiones, por lo que se acrecentaron las protestas.

Siguió incómodo cuando salió su segundo, otro animal que manseó de salida, frenándose en los capote, y flojeando en el caballo. Quiso mantenerlo en el ruedo, ante las dudas mostradas desde el palco, que finalmente optaba por sacar el pañuelo verde tras una costalada. Pareció molestarle la decisión del presidente; saliendo un sombrero de Las Ramblas más suave de inicio con el que al fin pudo lancear a la verónica; continuando con un quite por chicuelinas jaleado por unos tendidos que se reconciliaba con el madrileño. Hasta ese toro hubo que esperar para que se viera el único quite de un compañero, en este caso de Talavante por delantales. Entonces debió arrepentirse de haberse enfadado por el cambio, ya que todo apuntaba a que iba a ser de lío. Pero el toreo es impredecible, y tras dos tandas vibrantes en las que le bajó mucho la mano, quizás atosigándole en exceso, cantó la gallina y se confesó como un manso rajado.

Dentro de lo descastada que fue la corrida, alguno medio se dejó, como el primero del lote de Talavante. Se fue creciendo con respecto avanzaba la lidia, por lo que de inicio resultó imposible lancearlo a la verónica como pretendía el extremeño. Posteriormente se encelaría con uno de los caballos de picar tras derribarlo en un arreón de manso, condición que mantuvo en banderillas. La obra fue mejorándose con un variado inicio de faena con estatuarios, una trincherilla, un molinete y el de pecho para dejarlo en los medios. El astado se había venido arriba, y el matador lo supo aprovechar con series en redondo, ya que por el izquierdo bajaba considerablemente la calidad del burel, y por consiguiente bajaba la intensidad del trasteo. La medida faena fue rematada con manoletinas antes de echarla por tierra con un pinchazo y una estocada caída, pese a lo que se produjo una petición minoritaria.

Le quedaba el último cartucho a Alejandro Talavante. Tras tres faenas en la feria en la que había cortado una oreja en su primera actuación, éste tenía que ser el toro del gran triunfo. No falló Juan José Trujillo en banderillas, como nunca lo hace, y tuvo que desmonterarse. Al grandísimo torero de plata de Huelin le brindó una faena iniciada con la rodilla flexionada antes de andar muy firme en una labor a media altura en la que sorprendió citándolo por detrás de la espalda con la arrucina. El ´cuvillo´ estaba cogido con alfileres, y se paró pronto, pero su nobleza le sirvió para proseguir con un circular invertido en dos tiempos antes de redondear con elegancia en tandas templadas por ambos pitones. Pese a que la estocada cayó caída y atravesada, el público estaba ávido de que se cortara una oreja y sacó sus pañuelos. Por fin logró su empeño.

Combinó con el capote verónicas y chicuelinas Roca Rey de salida al tercero de una tarde que a pesar del bochorno del ambiente discurría fría en emociones. El peruano ya es esperado por los aficionados, y tras las buenas sensaciones del pasado lunes, la afición malagueña estaba deseosa de disfrutar de su tauromaquia. Especialmente significativo fue el silencio en el inicio por estatuarios; transformado en algarabía durante una faena en la que quiso bajarle la mano de inicio, poniéndolo todo para empujar a toro a que embistiera. Fue una actuación más técnica que valerosa, levantando la muleta al final de los pases para no quebrantarlo. Despejado de mente, le dio los tiempos que requería intercalando adornos con el toreo fundamental. Quiso terminar de caldear el ambiente con dos manoletinas de rodillas tras otras dos de pie, aunque todo se fue al traste con los aceros.

El último toro para la lidia a pie de esta feria nos dejó con ganas de Roca. Inédito con el capote, la mansedumbre se impuso a las ganas de agradar. Se justificó, lo enseñó, y todo el mundo pudo ver que embestía sin clase, con media arrancada y saliendo suelto. Una birria de toro. No servía ni para darse el arrimón; volviendo a la cruda realidad de una corrida decepcionante. Suele ocurrir en las corridas de expectación€

@danielherrerach