Que no quede ninguna localidad sin su propio festival parece ser la consigna en verano. Hace dos décadas que en España se empezó a copiar tímidamente una fórmula con la que muchos jóvenes europeos ya estaban familiarizados. Disfrutar de la música en directo durante varios días, en contacto con otros melómanos era la premisa original, pero con los años se han convertido en un mero pretexto. Andalucía se convirtió en una comunidad pionera con la celebración del Espárrago Rock, cuya primera edición tuvo lugar en Huétor Tájar (Granada), en 1988. Era sólo el principio.

Los hay de cuatro días y de uno solo; gratuitos o a precios prohibitivos; en teatros, carpas, sobre cemento; multitudinarios o relativamente íntimos; dedicados al pop, al rock, al jazz, a la música electrónica, a las músicas del mundo. Hay para todos los públicos, pero no hay público para todos. Los más grandes han tenido que fijarse en el público extranjero, británico y francés en mayor medida, para ampliar su aforo. Una medida imprescindible para cubrir los gastos que se han disparado con la imparable subida del caché de los artistas, grandes y medianos. Entre todas esas caras de entregados amantes de la música, siempre hay alguna que se reconoce de las calles malagueñas.

Planes. Son muchos los malagueños que planean sus vacaciones de verano en función de los festivales a los que han pensado asistir. Durante años, un fin de semana de agosto había que pasarlo en Benicàssim (Castellón), en el ahora llamado FIB Heineken; unas semanas antes el encuentro con el pop español se producía en Badajoz, en el Contemporánea; hace pocos años se unieron a la oferta el Summercase o Creamfields mientras quedaron por el camino algunos como Dr. Music o Isladencanta, pero la proliferación de mini festivales no sólo ha compensado sino que ha desbordado la oferta. Y fuera de temporada tampoco faltan acontecimientos de este tipo, adaptados a recintos cerrados.

Cercanía. La música es sólo una excusa. Los organizadores luchan por configurar el programa más atractivo y más ambicioso. Es imposible verlos a todos y no sólo por una cuestión económica (para la mayoría el gasto merece la pena) y de tiempo: la coincidencia de fechas es la nueva estrategia.

Sin embargo para disfrutar de la música en directo en verano no es imprescindible planear viajes de varios días ni ahorrar varios cientos de euros. Cada fin de semana es posible decidir entre varias alternativas en la propia ciudad o en varias cercanas. Se tienen en cuenta, muchas funcionan, pero la mayoría no ganan el pulso a los macrofestivales.