El brasileño Gilberto Gil (1942, Salvador, Brasil) sigue siendo uno de los mejores embajadores musicales de su país, no sólo por su rol de ministro de Cultura en el Gobierno de Lula da Silva, sino también como impulsor del sonido tropicalista desde los años sesenta. Cuatro décadas después, Gil continua resultando imprescindible para tomar el pulso a la música popular contemporánea y se ha convertido en un mito.

-¿Cómo compagina la política con la música?

-Me dedico mayoritariamente al Ministerio [de Cultura], y de manera residual a la música. Durante los últimos cinco años, sólo he trabajado en asuntos musicales cuando estaba de vacaciones. En esos casos, tengo una licencia especial para ausentarme del Ministerio y centrarme en la música.

-¿Nunca le ha causado un conflicto?

-Para evitar el potencial conflicto de intereses que pudiera existir, tenemos un órgano especifico en el Gobierno, una comisión que se encarga de solucionar los posibles problemas que puedan surgir, como lo que puedo o no puedo contratar.

-¿No echas de menos dedicar más tiempo a la música?

-Cuando acepté ser ministro ya sabía que tendría que dejar la música a un lado. Fue una elección personal. Pero ahora he empezado a componer otra vez, después de estar mucho tiempo sin hacerlo.

-En todo caso, participar activamente en política era un paso lógico para alguien que siempre ha considerado que música e ideología van de la mano.

-Creo que en las sociedades contemporáneas ya no se pueden separar las cosas. La dimensión cívica de la vida, las formas de participación política entre los individuos y los otro sectores, como el trabajo, la cultura, la enseñanza... Todo va unido. Las manifestaciones de la subjetividad no pueden estar apartadas de la vida política. Ya no es así.

-Su irrupción y la de Caetano Veloso en los años sesenta supuso una autentica revolución cultural. ¿Qué recuerdos tiene de aquellos años, en que estaban creando una nueva identidad musical brasileña y tropical?

-Aunque vayan acompañados de hechos traumáticos, como la persecución política, los recuerdos son agradables. Me siento muy orgulloso de haber participado de un momento tan creativo, con tanto empuje y entusiasmo. En los tiempos del tropicalismo había una sensación permanente de colaboración, de estar contribuyendo al cambio...

-Se ha dicho que fueron los primeros representantes de lo que hoy se llama mestizaje. ¿Está de acuerdo?

-No. La combinación de ritmos lleva practicándose en Brasil desde siempre, desde la mezcla de los modos europeos de concebir la vida y las artes con las formas locales y amerindias. Después, con los africanos y gente de todo el mundo que contribuyó a la formación de la cultura brasileña. La mezcla ha sido siempre la característica básica del país, de nuestra forma de civilizarnos. Cuando llegamos nosotros con nuestra contribución ya estaba en marcha una forma de vida social y cultural mestiza. La diferencia estriba en que nuestra generación era consciente de esta mezcla y de la diversidad cultural que presupone.

-Su aportación tiene otra característica propia, producto de su estancia en Londres a principio de los setenta y descubrimiento de músicos como Hendrix y Dylan: la conciencia de la existencia de la cultura rock.

-Si, por supuesto. Pero del modo como antes había pasado con el jazz, la música caribeña o la tradición europea de origen español, italiano o portugués, que llegó muy fuerte en las primeras décadas del siglo XX. Y después del rock llegaron el reggae y el rap. Siempre ha sido así. Brasil está abierto a la creatividad de todos los lugares del mundo. Es un país con los ojos abiertos, ésa es la principal característica de su música.