Desde hace seis años hay dos nombres fijos en este cartel de rejones en la víspera de San Fermín en Pamplona. Uno de ellos naturalmente el ídolo de la tierra, Pablo Hermoso de Mendoza, que en estos seis años ha salido cuatro veces por la Puerta Grande. El otro es Sergio Galán, que no ha perdonado ninguna: seis salidas a hombros, seis, consecutivas.

Con Galán no hay connotaciones de paisanaje, sin que tal apreciación signifique hacer de menos a Hermoso, ya que éste es ídolo en su tierra y en todas las tierras, figura indiscutible, y todavía más, número uno.

Pero Pamplona también es de Galán, y viceversa. Y en tal binomio su apoteósica actuación de ayer ya va a ser definitiva. Porque después de tanto tiempo hablándole de tú a Hermoso de Mendoza en su tierra, esta vez le ha ganado la partida de forma contundente. Tres orejas y la correspondiente Puerta del Encierro, como llaman en Pamplona a la Grande, por cero trofeos el otro.

En su primer toro, al que dejó crudo con un sólo rejón de castigo, Galán destacó en banderillas a lomos de ´Vidrié´ y ´Montoliú´, con los que quebró muy en corto, ajustado y limpio. Ya en el sexto, y tras sufrir de salida un fuerte golpe contra las tablas, siendo derribada y herida con dos cornadas en la grupa la yegua ´Habanera´, se sobrepuso con ´Capea´ atacando de frente y muy ajustado en las reuniones al estribo. Alardes de alta escuela y buena doma en los preparativos, y salidas de los encuentros con extraordinaria torería y arrojo. La plaza boca abajo.

Hermoso. Hermoso de Mendoza tuvo más desigualdades. Valiente y dominador en su primero a lomos de ´Chenel´, sin embargo, más inseguro con ´Ícaro´, que llegó a tropezarse cayendo en la misma cara del toro. Tampoco hubo uniformidad en el quinto, de menos a más, eligiendo la senda de la espectacularidad en forma de piruetas para amarrar los trofeos. Pero la firma con el rejón de muerte fue un borrón.

Moura cumplió a la perfección el papel de telonero, sin molestar a sus toros, muy despegado en los encuentros, ni a los compañeros, por su evidente falta de ambición, ni mucho menos al público, que apenas tuvo que aplaudirle en los sombrerazos para saludar.