Después de que el litro de gasolina sin plomo se haya situado en 61 pesos (1,34 dólares, 0,84 euros) en una urbe donde el salario medio mensual es de apenas 20.000 pesos (menos de 440 dólares, 278 euros), muchos manileños ya no pueden permitirse acudir en coche al trabajo.

Pero en Metro Manila, que sólo dispone de dos vías de subterráneo y un caótico sistema de autobuses, furgonetas y otros destartalados vehículos que ofrecer a sus doce millones de habitantes, el trasvase de viajeros no puede ser asumido por el servicio público.

Además, Filipinas, al contrario de países vecinos como Indonesia o Malasia, no subvenciona el coste del petróleo, por lo que la población sufre aún más el efecto de su exponencial incremento de los precios en lo que va de 2008.

En las últimas semanas, kilométricas colas se suceden ante las taquillas del metro y en las paradas de autobuses, que ya antes del efecto del aumento del precio del crudo iban llenos hasta la bandera.

Los jeepneys, el popular medio de transporte filipino cruce entre un jeep y un autobús, empiezan a transportar a algunos pasajeros en el techo, algo en teoría ilegal en la capital pero nada extraño en las provincias.

Sobre el asfalto, la circulación es bastante fluida incluso entre las 07.00 y las 09.00, que habitualmente es la hora punta.

"Desde que empezaron a subir tanto los precios, ya sólo puedo conducir durante el fin de semana, la gasolina está demasiado cara", se lamenta a Efe Patrick Ozaeta, analista de una empresa cementera.

Entre los afectados hay numerosos directivos de compañías extranjeras, que jamás habían empleado el transporte público para ir al trabajo pero que ahora deben hacerlo a causa de su salario local, inferior al de sus compañeros expatriados.

Así, cada vez se ven en las estaciones a más personas con traje y corbata o el barong, la camisa de lino formal típica de Filipinas.

Otros nuevos usuarios se quejan de viajar como sardinas en lata en el metro, o que las aglomeraciones les obligan a levantarse hasta dos horas antes por las mañanas para llegar a tiempo a la oficina.

Algunas voces han aprovechado la crisis de la gasolina para reclamar a las autoridades que aceleren la construcción de más líneas de subterráneo, pero hasta ahora sólo se ha llegado a cruces de acusaciones mutuas de negligencia entre los alcaldes de las 16 ciudades que integran Metro Manila.

"Nunca tendremos una ciudad moderna sin un metro en condiciones como el de Bangkok o Kuala Lumpur", afirma Jeffrey del Valle, consultor de una aseguradora.

Por su parte, los transportistas, tanto taxistas como conductores de autobuses y jeepneys, exigen un aumento en sus tarifas oficiales que compense el mayor coste del combustible, y ya han ido a la huelga en varias ocasiones por este motivo.

"Estamos perdiendo dinero, tenemos más pasajeros pero no es suficiente porque el combustible está carísimo", explica Roland, quien conduce un jeepney entre el popular barrio de Quiapo y el distrito financiero de Makati, una de las rutas más transitadas.

Los interminables atascos son una seña de identidad de Manila, donde recorrer unos pocos kilómetros se puede hacer algo eterno durante las horas punta, tal y como avisan todas las guías de viaje sobre Filipinas.

Desde hace décadas, las autoridades municipales estudian fórmulas para mitigar el problema, mientras los residentes adaptan sus horarios al tráfico y algunos taxistas aprovechan la circunstancia para exigir un sobrecargo a la tarifa.

La corrupción, la excesiva burocracia y la estoica resignación de los manileños llevan a un escaso grado de implementación de las medidas para reducir la congestión, que a su vez provoca que Manila sea una de las ciudades más contaminadas de Asia.