Artífice de obras como "El Imperio del Sol", "Crash", "Playa Terminal" o "La exhibición de atrocidades", J.G. Ballard hace tiempo que anticipa y diseca el universo humano, bajo las premisas de su particular credo: "Creo en la imposibilidad de la existencia" o "Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente".

La exposición del CCCB, comisariada por Jordi Costa, quiere mostrar del escritor, no sólo a sus acólitos sino a un público lo más amplio posible, los temas, las obsesiones, la disección de la contemporaneidad, las huellas de su trayectoria vital en su obra, sus referentes artísticos y literarios, así como sus intuiciones, precisas y desencantadas del futuro.

Costa ha explicado hoy en rueda de prensa que este "forense-poeta" que trabaja "con el cuerpo muerto de nuestro futuro" merecía ser objeto de una exposición, cuando todavía vive en su casa de Shepperton (Inglaterra), aunque gravemente enfermo, porque "ha sido uno de los que mejor nos ha hecho entender el presente en el que vivimos y el futuro que nos espera".

Escritor de ciencia ficción, que a juicio de Costa, "de manera natural ha acabado convirtiéndose en un escritor realista", es también alguien capaz de aseverar que el único futuro que le interesa "son los próximos cinco minutos".

La exposición, que se clausurará el día 2 de noviembre, se inicia recordando su nacimiento en 1930 en Shanghai (China), donde se había establecido su familia a causa del trabajo como empresario textil de James Ballard padre.

Un hecho que lo marcó para el resto de su vida fue su paso, junto a sus progenitores y hermanos, durante casi tres años, por el campo de concentración de Lunghua, a doce kilómetros de Shanghai, entre 1942 y 1945, cuando Japón invadió esa parte de China durante la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente, en su semiautobiográfica "El imperio del sol", que Steven Spielberg llevó a la gran pantalla, desvela el origen de muchas de sus obsesiones -como la idea de catástrofe- o las sucesivas muertes que han puntuado su trayectoria biográfica.

También se incide, especialmente en la exposición, en su descubrimiento del psicoanálisis y de la pintura surrealista, que provocó que en sus textos recreara muchas de las estrategias estéticas de esta corriente artística como superposiciones, espejismos, falsas perspectivas o mutaciones.

Después de descubrir la ciencia ficción durante sus años en Canadá como piloto de la RAF, el escritor -que también estudió unos años de medicina- se dedicó al género aunque con una nueva teoría, subrayando el papel que tiene como "espejo del presente y como herramienta de autoindagación".

Un espectacular montaje con la carcasa de un coche cubierta por arena y unas mesas de operaciones, que permiten profundizar en el estilo "clínico, minucioso y obsesivo" de Ballard, forman la parte central de esta exposición, en la que también se repasa el momento vital en el que enviuda (su esposa fallece de neumonía en la alicantina San Juan), apostando de forma radical por la fragmentación, el lenguaje técnico y el gusto por lo abstracto.

Las últimas salas, igual que sus últimas novelas, dan a conocer las asépticas arquitecturas de las comunidades cerradas, las zonas residenciales o las ciudades de vacaciones que describe el escritor, que cree que "sólo las inyecciones de violencia pueden romper el letargo y posibilitar una nueva utopía".

Una serie de imágenes inéditas suyas de 2006, del fotógrafo de Magnum Donovan Wylies, llevan al público de la exposición hasta la salida, donde se exhiben ejemplares de todas sus obras, así como los trabajos de varios autores como Ana Barrado, Michelle Lord o artistas que realizan películas domésticas con sus móviles, que han merecido el adjetivo de ballardiano, palabra aceptada por el diccionario Collins británico.