El dramaturgo, crítico teatral, ensayista, catedrático y gestor José Monleón (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1927) ha recibido esta mañana en El Escorial el aplauso y el reconocimiento de los compañeros y discípulos de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), que organiza junto a la SGAE un Curso de Verano de la Complutense dedicado a la dramaturgia española contemporánea.

"Estamos viviendo un momento -ha dicho Monleón- en el que el ser humano es tan insignificante, tan hormiga, que ya no se pueden hacer tragedias. Ahora todo es comedia: morirse es una comedia y las noticias más terribles suenan a comedia, a una comedia macabra y repelente".

Como ejemplo ha citado el comentario reciente de una actriz que aseguraba que le gustaba hacer en Mérida "Las Troyanas", "la obra más importante de la humanidad", según el homenajeado, porque le encantaba el jamón ibérico.

"Ese es el estado real de nuestro nivel cultural y moral. Siento como si hubiéramos perdido nuestra perspectiva, como si estuviéramos en un rincón. Tenemos que reivindicar nuestra grandeza y dignidad, recuperar el concepto de ser humano tal y como hace la Declaración de Derechos Humanos", ha propuesto.

A él como "teatrero" le preocupa mucho que lo que se entiende como teatralidad sea "una derivación del ejercicio de un oficio, no de la poética teatral".

"A esos críticos que se preguntan qué coño tiene que ver el teatro con la paz del mundo habría que decirles que esto no es un oficio, que esto es la verdad, es crear y descubrir el mundo", reivindica un apasionado Monleón.

Sobre su vida, el autor explica que cada vez tiene más claro el concepto de viaje y su paralelismo con el teatro: se puede vivir dando en el preámbulo los pasos que inexorablemente conducirán al tercer acto, pero también escribiendo cada día la obra.

Él comenzó viviendo una vida que le había organizado su familia, es decir, tenía que ser abogado como su tío para tener coche y casa en la playa ... y, si no, ser obispo, pero a él le gustaba coger la pajita de su horchata, subirse en una silla y fingir que era director de una banda.

Se hizo abogado pero vio "La muerte de un viajante" e "Historia de una escalera" y sacó de nuevo "la pajita" y se puso a imaginar y construir otra vida.

Saltó de Valencia a Madrid y gracias a unas "cartas de recomendación" empezó a trabajar para la prensa, luego cubrió un Festival de Venecia, "y ahí ya empezó el viaje" en un barco del que no se ha querido bajar.

Su idea de hacer la revista, que ya ha superado los 320 números, nació de una concepción "democrática", algo que les ha permitido ir avanzando con el rumbo de los tiempos, en el sentido de que no querían hacer ni el diario de a bordo del capitán, "todo bueno y bonito", ni el del grumete, "todo tormentoso".

"Teníamos una dictadura muy desagradable, que nos politizaba cada rato. El atropello continuo de la estructura te obligaba a alinearte contra ella", recuerda Monleón, a quien llegaron a "acusar" de comunista, "que era decir lo mismo que la desvergüenza que se hace ahora con los inmigrantes, es decir, que serlo era un delito".

A ese respecto confiesa que le "cabrea" ser "tan mayor" porque le entusiasmaría vivir en África, en Bamako, y estar con las personas que el mundo considera "de menor entidad, inferiores"

Por eso se indigna cuando "tiene que oír" un discurso "dicen que de izquierdas" que acepta "sin pestañear" que millones de personas mueran de hambre, ha concluido en medio de un larguísimo aplauso.

Luego ha tenido que escuchar, como ha dicho el anterior director de la RESAD, Ignacio Amestoy, que él es un "faro" que siempre les ha guiado; una garantía de integridad y solidez, según el actual responsable, Ángel Martínez Roger; o un atrevido pionero, a juicio del presidente de la SGAE, Teddy Bautista.