Con una docena de discos a sus espaldas y colaboraciones en éxitos cinematográficos como "Titanic" o "El último mohicano", el violinista escocés Alasdair Fraser cultiva desde hace años una relación de amor con el país que en 1993 le ayudó a superar un bache en su carrera: España.

Ahora confiesa que se emociona con la energía de las músicas del norte de la Península. "Me emociona ver cómo ha renacido una nueva energía en la gente.

Antes también estaba ahí, pero ahora parece que las nuevas generaciones tocan con orgullo, con gran energía. Para mí, eso está latente en el norte de España, en Cantabria, en el País Vasco, en Asturias, en Galicia", asegura Fraser en una entrevista con Efe.

Este petrofísico que hace dos décadas abandonó una multinacional petrolera para dedicarse de pleno a la música es hoy uno de los intérpretes más aclamados de música celta, una etiqueta con la que no se siente del todo a gusto, porque considera que cada una de las regiones con esa raíz cultural tiene su propia identidad musical.

Fraser (Clackmannan, Escocia, 1955) conoce bien las peculiaridades de la música del norte de la Península Ibérica, porque la frecuenta en sus conciertos y porque en los últimos años ha colaborado con músicos como Hevia, Kepa Junkera, Tejedor o Mercedes Peón. "Es su manera de expresar lo que me interesa", dice.

Gran parte de esas colaboraciones se plasmaron en la gira que realizó en 2000 por Asturias, Galicia, Navarra y Madrid con el grupo Skyedance, de la que salió un disco donde el propio Fraser relata, en las notas del libreto, su identificación con el público español.

"Siempre me ha encantado tocar aquí y encontrarme con toda esta gente que me inspira tanto y que me hace escribir música sin parar.

Hay un 'feedback' continuo con los espectadores. Me encanta la pasión, la alegría y el arte que respiro en cada uno de los conciertos. Me aporta una enorme fuerza", reconoce Fraser, inmerso en la gira de promoción de su último disco, "In the moment".

Acompañado por la joven violonchelista estadounidense Natalie Haas, Alasdair Fraser recala esta semana en Santander e Iborre (Vizcaya) para ofrecer dos conciertos integrados por composiciones propias, temas escoceses del siglo XVIII y piezas gaélicas. Porque el violín de Fraser, como suele decir él mismo, suena "en gaélico", aunque la pieza se titule "Salamanca" o "Giga de Tenerife".

"El violín tiene la habilitad de hablar muchos idiomas. Puede comunicar cosas diferentes según la cultura de que se trate", dice.

Anoche, en el teatro de Caja Cantabria, dio pruebas de ello, con aires escoceses que acababan transmutándose en un clásico gallego (la muñeira de Chantada), o con una pieza de las islas Shetland para la que logró que todo el auditorio le acompañara imitando con la garganta el tono grave y monocorde del roncón de una gaita.

Este escocés barbudo y corpulento defiende que la música tradicional y la académica "no tienen por qué estar reñidas, aunque a veces lo parezca". Lo importante, dice, es lo que se quiere expresar, "tocar para diferentes estados de ánimo, para bailar, para reflexionar, para crear más... En resumen, tocar para la vida".

Desde hace años, Fraser dedica parte de su tiempo a impartir cursos de formación en Estados Unidos, en Escocia y ahora también en España, porque siente "la necesidad de enseñar" y confiesa que, haciéndolo, aprende. "Enseñar me plantea nuevas preguntas, que dan respuestas que, a su vez, generan otras preguntas. Y, además, me gusta compartir lo que me voy encontrando", explica.

Para dar prueba de ello, nada mejor que unas cervezas y una sesión improvisada en el bar de al lado del teatro al terminar el concierto, como pudieron comprobar anoche una decena de jóvenes músicos que asistieron a su actuación en Santander.