He viajado a México estos días atrás y amén de corroborar el buen momento artístico de Cayetano el día de su confirmación de alternativa en La Monumental México, con dos faenas pletóricas a las que solo faltó el colofón de la muerte rápida de los toros lidiados, me traigo en la retina, el corazón y mi biblioteca una historia de actividades recientes que los mexicanos están configurando como promoción real, bibliográfica y visual de la fiesta nacional. Se trata de la Fundación Tres Marías, construida sobre una superficie de 15.000 metros cuadrados, con un aparcamiento con capacidad para 4.000 coches, biblioteca con 13.000 volúmenes relacionados con el arte de Cúchares, 15.000 películas y reportajes de toros, pinturas y cerámicas de Dalí, Picasso, Pancho Flores, Roberto Domingo, Ruano…

El empresario y aficionado Marco Antonio Ramírez Villalón, que es quien costea y preside esta fundación, quiere que el acta institucional en que la Unesco declare la fiesta de toros Patrimonio Cultural de la Humanidad, objetivo para el que trabajan incansable y eficientemente, se realice en ese complejo cultural, presidido a la entrada por una frase de García Lorca que reza así: "Los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo".

A la entrada de la instalación y después de la lectura breve pero intensa de las encendidas palabras del universal poeta granadino, los visitantes contemplan de inmediato un audiovisual en donde se desarrolla en paralelo, desde el nacimiento hasta la muerte, la trayectoria de los toros bravos y los toros mansos, a modo de banderín de enganche emocional frente a una realidad incuestionable y que ha marcado la vida social y cultural de nuestros pueblos desde el siglo XVIII.

Muchos de quienes entendemos la fiesta como un complejo y enriquecedor hecho cultural estamos asombrados ante la intensidad y despliegue bibliográfico y visual, amén de físico, que están desplegando en Morelia, capital del estado de Michiocán, no tanto para defender la fiesta cuanto para otorgarle el nivel de reconocimiento cultural mundial que le corresponde.

Esa aceptación de una realidad secular que el culto pueblo mexicano (se me vienen a la mente los nombres de no menos de treinta escritores, pintores, muralistas, cineastas y mexicanos de primer orden mundial) comparte con la mayoría de los españoles, muchos franceses del sur y demás pueblos de Hispanoamérica, y que se da de bruces con el sueño paliativo de los catalanes, no todos, pero si muchos abanderados por Esquerra Republicana de Cataluña, que pretenden estos días eliminar de sus archivos genéticos, históricos y culturales la fiesta.

Su visión de esa realidad es pacata y teñida de incomprensión sudorosa al socaire de un supuesto ejercicio de redención popular, algo así como un lavado de sangre que les devuelva una supuesta pereza perdida por culpa de los otros españoles. Bueno, como venimos diciendo siempre desde el respeto a sus planteamientos, que no compartimos, la riqueza cultural de las cosas se ve o se niega aunque se vea. El negacionismo es tarea impropia de pueblos cultos, pero a veces la sumisión a ciertas circunstancias de oportunidad, mal llamada política, obligan a muchos ciudadanos a ejercer de corte silenciosa del Faraón.

Desde aquí un sonoro aplauso a la preciosa tarea que se empeñan en desarrollar al otro lado del Atlántico y una inmensa rechifla esencial para los voceros de la prohibición a quienes, a pesar de todo, imagino lectores de Lorca, Miguel Hernández, Blas Infante, Aleixandre, Cernuda, Carlos Fuentes, Juan Villoro, Bolaño (mexicano de adopción), Urroz, Volpi, Padilla y otros ilustres representantes del mundo literario y taurino de nuestras entretelas. Aunque, a lo peor, como son tan suyos, desprecian cuanto ignoran y componen su lavativa con fórmulas donde abunda más lo que sobra que lo que falta.