"Exigimos una ley que nos permita llegar a nivel de Premio Nobel". La frase pertenece al presidente de la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce), Joan Guinovart, y se refiere a las quejas de buena parte de la comunidad investigadora sobre la nueva Ley de la Ciencia. Una normativa que, según Guinovart, carece de recursos para garantizar los niveles de calidad, internacionalización y competitividad "absolutamente imprescindibles" si queremos una ciencia basada en el talento. El mismo que encumbró a Severo Ochoa (Luarca, 1905-Madrid, 1993) hasta el Premio Nobel en 1959. Un cerebro que, como otros hoy, chocó contra el inmovilismo y la endogamia típicos de la Universidad española.

La historia la cuenta Marino Gómez-Santos en el libro dedicado a la vida de quien desveló las claves de la síntesis del ARN, el intermediario entre el ADN y las proteínas. Al espíritu científico de Ochoa, la oposición que le propuso Juan Negrín, su primer maestro, no le interesaba. "Quién quiere ser catedrático cuando puede dedicar todo su tiempo a la investigación", pudo pensar Ochoa. Quizá, el mismo pensamiento que tendría hoy, al ver cómo la nueva ley –como critican, entre otros, el matemático Juan Luis Vázquez– promueve una especie de ´funcionariado de la Ciencia´. Una situación que, como ocurrió en el curso 1935-36, dejaría a Ochoa de nuevo fuera.

Juan Negrín, que con el tiempo llegaría ser presidente del Gobierno de la República, era catedrático de Fisiología en la Facultad de Medicina de Madrid. Y maestro de Ochoa en el laboratorio de la misma especialidad en la Residencia de Estudiantes. Pero tras leer su tesis doctoral –titulada ´Los hidratos de carbono en los fenómenos químicos y energéticos de la contracción muscular´–, Gómez-Santos cuenta cómo Ochoa abandona el laboratorio de la Residencia y se incorpora al equipo del profesor Jiménez Díaz como jefe de la sección de Fisiología del Instituto de Investigaciones Clínicas y Médicas, junto al también asturiano Francisco Grande Covián.

Pero en el curso 1935-36 se celebran en Madrid oposiciones a la cátedra de Fisiología de Santiago de Compostela. Y Negrín, presidente del tribunal y maestro despechado, ejerce una fuerte presión sobre Ochoa para que se presente al examen. "Negrín no diré que me forzó, pero su insistencia fue tal que decidí presentarme", contaría después el Nobel. Ante él, los profesores Estella, Torremocha, Puche y José María García Valdecasas. Un tribunal sumamente favorable para Ochoa, que, a priori y gracias a Negrín, contaría con cuatro de los cinco votos posibles. Pero al final el tribunal votó a favor del catalán Jaime Pi y Suñer Bayo. El científico asturiano admitió después que su papel no fue "brillante", pese a lo cual, añade, "probablemente merecí ganar la cátedra". "Negrín debió de tener gran parte de la responsabilidad", añadió el Nobel, quien atribuyó la maniobra a haberse ido "con Jiménez Díaz".

Quizá la ciencia mundial se habría perdido los descubrimientos de Ochoa si su genio hubiese quedado entre las paredes de la Facultad de Medicina de Santiago en lugar de emigrar a EEUU. Porque él siguió buscando el mejor laboratorio donde trabajar con pasión por la ciencia. Sin la endogamia y la ´promoción automática´ que aún imperan en la Universidad española, lejos de la lucha internacional por captar, simplemente, a los mejores.