Hace poco, en otra entrevista con un fotógrafo, decía que todas sus imágenes son autorretratos, porque siempre acaba encontrando algo de él en ellas. ¿Se reconoce en esa idea? Como concepto de autoría un poco, claro. No es verdad porque no tiene esa intencionalidad. Tiene de autorretrato lo que tiene de expresión personal.

Cuando se habla y se escribe de Alberto García-Álix como el fotógrafo del exceso, de los personajes del lado salvaje, ¿qué siente?

Eso son gilipolleces. Pero yo no leo sobre mí, para leer tonterías... y más cuando se hace sin sentido del humor. Es todo un pastiche. Son mentiras que se quedan. Como lo de fotógrafo de la Movida. Yo no fotografié la Movida, no tuve esa intención. Quien sí lo hizo fue Miguel Trillo. Yo no retraté a la Movida. No tenía tiempo.

¿Tenía suficiente con vivir ese momento?

Exactamente. Yo nunca tuve la idea de hacer ese trabajo, era muy parcial. En lo del exceso hay algo de verdad. Existió. Pero ese ya no soy yo.

¿Cómo recuerda esa época, con nostalgia, con cariño, con desinterés?

Fue mi juventud y eso siempre deja una nostalgia, pero no es algo que me preocupe. Me preocupa el presente. A través de la fotografía a veces me veo obligado a volver a ello. Es mi trabajo y está ahí. Me veo obligado a dialogar con mi trabajo pasado.

En el vídeo para la retrospectiva que hizo el año pasado en el Museo Reina Sofía de Madrid, De donde no se vuelve, decía que había pagado el precio por esos excesos: «Mala suerte y dolor». ¿Se arrepiente de algo?

No me arrepiento de nada, de qué vale. Al contrario. Fuimos unos privilegiados en muchas cosas. Los años 70 y 80 en España se caracterizan por la trasgresión, la agitación, estar contra el sistema... Eran valores en alza para la juventud. Al final de los 90 llega lo políticamente correcto. Tenemos suerte de hasta vivir una libertad. Todo se paga. Todos pagamos.

¿Cuando compone una imagen qué es lo que busca, emoción, provocación, estética?

Provocación jamás.

Pero mucha gente le llama provocador.

No lo entiendo así. La mirada cambia y no es lo mismo ver con veinte años que con treinta que con cuarenta. En principio miras más hacia fuera, la imagen... Ahora la imagen te da dentro y provoca un monólogo interior, una reflexión. Ahora mismo esas sabinas me hablan de tu alma torturada [carcajadas].

A lo largo de su carrera ha hecho muchos retratos y es algo que ya define su trabajo. ¿Retrata el alma de las personas?

El alma existe, pero no sale nunca. En la fotografía siempre hay algo que quiere salir y algo que no quiere salir. No sale el alma y tampoco salen los pecados. Si se pudieran retratar los pecados ya sería la hostia... [ríe].

El mundo de la fotografía ha cambiado mucho en los últimos años con la imagen digital. ¿Cómo ha vivido ese cambio? ¿La utiliza?

Sigo haciendo las fotos en analógico porque tengo fe. Hago la foto y después rezo: «A ver cómo ha quedado... imagínate que feo...». Qué misterio tiene la imagen digital: «No me gusta, lo voy a corregir...». Sé que es algo imparable, yo debo ser de los últimos dinosaurios... Porque me lo puedo permitir. El hiper foco, el hiper retoque, el hiper hiper... Sí, está muy bien, pero no veo más poesía. ¿La fotografía ha ganado en poesía con este cambio? No. La plata sigue teniendo más poesía. Pero a mí ya me da igual.