"Hay etapas en la vida en la que te encierras en casa con una fuerte depresión y al cabo de unos meses te comes el mundo, vas de viaje, gastas lo que no tienes y eres el rey del mambo". Así resume Juan, de unos 30 años, el trastorno bipolar, una enfermedad mental que afecta al dos por ciento de la población, por la que se suceden episodios depresivos con temporadas de gran euforia. Su causa es biológica, un desequilibrio químico en unas biomoléculas del cerebro llamadas neurotransmisores, pero hay factores ambientales que pueden desencadenar esta patología, como los cambios estacionales.

A Juan, profesor de historia de un instituto, le diagnosticaron la enfermedad hace seis años, pero desde su infancia tuvo la sospecha de que algo le pasaba. "Siempre he notado algo raro en mí, pero no quería manifestarlo. De niño a veces era extrovertido y otras agachaba la cabeza y no miraba a nadie". Para él, fue una "tranquilidad" ponerle nombre y apellidos a la enfermedad, porque ayuda a seguir unas pautas y a ser consciente de la importancia de seguir una medicación.

Juan reconoce que este trastorno de alguna forma "domina" su vida, pero es optimista y confía en que con un tratamiento farmacológico constante y terapia psicosocial, se puede "salir para adelante".

El estrés. No hay un perfil de la persona que padece este trastorno, y procede de cualquier estrato social. Por lo general, las primeras crisis aparecen en la adolescencia, a partir de los 18 años, pero hay casos en los que los síntomas permanecen ocultos o no se manifiestan, hasta que surgen situaciones de estrés o sobrecarga laboral.

Fue así el caso de Carlos, profesional sanitario. Su diagnóstico llegó pasados los 40 años, y el detonante fue el estrés. "Este trastorno se conoce desde la antigua Grecia, pero en esta sociedad puede ser más fácil que aparezca, pues el estrés es un causante".

Tanto Juan, como Carlos, que trata de superar ahora una depresión, se pusieron inmediatamente en manos de un especialista para tratar el trastorno, pero también buscaron apoyo social a través de asociaciones. "Lo que busca el afectado es una ayuda social, el charlar con personas con la mismo trastorno y sincerarte", comenta Carlos.

Miriam García dirige desde el pasado año la asociación de bipolares de Málaga, que aglutina ya a 70 personas. Se puso en contacto con afectados a través de foros de internet o el propio boca a boca en los centros de salud. Hoy en día se reúnen periódicamente en lugares públicos para compartir historias y organizar cursos y terapias de ayuda psicosocial. "Era necesario aunar fuerzas para informar a los pacientes y darles su apoyo, porque se pueden sentir perdidos", indica García.

El día a día de un paciente con trastorno bipolar puede equipararse con un tratamiento al de cualquier otro ciudadano, aunque no siempre la terapia evita las crisis. "Ahora me encuentro bien, aunque tengo mis flecos. Tomo unos fármacos periódicamente y sigo unas pautas de higiene, como dormir bien o no tomar alcohol", comenta Juan, que actualmente está de baja por incapacidad laboral, pero espera recuperarse a su puesto lo antes posible.

Marilina Soler, técnico de rayos jubilada, asegura sentirse ahora "fenomenal", pero no olvida las sucesivas depresiones que sufrió durante cinco años. "He tenido crisis de 7 y 8 meses en las que he estado como una zombi. Se te hincha la cara con los fármacos, y tu familia lo pasa realmente mal al ver tu aspecto y tu estado", relata. En su caso, el diagnóstico llegó en 1993, tras sufrir una ciática, aunque antes era consciente de algunos síntomas. Explica que siempre ha sido hiperactiva, vivía "al segundo", le gustaba hacer deporte y la restauración de muebles y buscaba tiempo libre para desarrollar actividades en un sindicato técnico. "Una noche, cuando me acosté, la cabeza comenzó a darme vueltas como una noria, no paraban de cruzarse ideas y no podía controlarlo. Mi marido se asustó mucho", asegura.

Tras el diagnóstico, llegó el tratamiento y la lucha constante por superar cuadros depresivos. "Lo máximo que he aguantado son seis meses bien, luego venía la recaída", indica Marilina.

Pero salir de la depresión no implica una mejoría, ya que pueden intercalarse fases maníacas, de gran euforia. "El daño a uno mismo puede ser tremendo, porque si las depresiones son paréntesis en la vida, en las épocas de euforia tampoco vives, porque no eres tú, es una irrealidad y a veces te niegas a ir al médico porque te sientes muy bien", subraya Juan.

Apoyo de la familia. Los afectados reconocen que el entorno familiar sufre mucho las consecuencias de este trastorno. Charo es esposa de un paciente. Su caso se diagnosticó hace 16 años, pero por aquel entonces la información clínica escaseaba y se confundía mucho esta patología con una simple depresión. "Cada día le miro a la cara para saber cómo está, y tengo siempre el miedo en el cuerpo por si le da un bajón o un subidón", relata esta ciudadana, que es miembro de la asociación.

Como en otros caso, su marido sufrió una crisis tras una situación de estrés en el trabajo. Ahora está en un cambio de tratamiento e intenta normalizar su vida.

Juan destaca que para su madre fue un alivio tener un diagnóstico, mientras que su familia ha prestado todo su apoyo "y eso es difícil". "Las memorias de la pareja de un bipolar son aún peores que la del paciente, y hay que valorarlo", señala.

La asociación recomienda a los afectados la identificación de los síntomas para prevenir crisis. "El autoconocimiento es muy importante para cazar las señales de alerta y acudir al psiquiatra antes de que se produzca algún episodio", indica la presidenta Miriam García.

En cuanto al apoyo social, estos ciudadanos aseguran que el círculo familiar y los amigos aceptan el trastorno y prestan su ayuda, pero lamentan que aún hay muchos perjuicios en la ciudadanía. "Sientes vergüenza porque la sociedad aún no está acostumbrada a que digas que tienes una enfermedad mental, te tacha de loco", manifiesta Marilina, que reconoce que alguna vez se ha sentido rechazada, pero "afortunadamente" por personas que no le importaban.

Los afectados luchan por una integración social plena e insisten en que con una correcta asistencia médica pueden desarrollar sus actividades diarias de forma normal. El objetivo del tratamiento de los pacientes bipolares es reducir la gravedad de los episodios, y garantizar su calidad de vida.