Creemos que será interesante para el aficionado porque el libro habla de cosas que no son del dominio común y que forman parte de la historia de Málaga", cuenta el historiador Manuel Muñoz, que tras publicar este año ´El crecimiento urbano malagueño en el siglo XIX´, ahora se atreve con ´La afición taurina malagueña en sus plazas de toros´, con la colaboración de Cosme Rueda y Enrique Recio.

Hay una razón de peso: a la faceta de historiador, Manuel Muñoz suma la de veterinario con 23 años de experiencia en La Malagueta. Pero el libro no habla de este coso, inaugurado en el barrio de pescadores en 1876, sino de todos los anteriores, llenando un hueco muy importante en la historia del toreo en Málaga.

La tauromaquia ´hace el paseíllo´ en la ciudad tras la conquista de los Reyes Católicos. "Al estilo de lo que se hacía en la mayor parte de pueblos de Castilla, la plaza mayor (en Málaga la plaza de las Cuatro Calles) se habilita para festejos de toros de una forma muy distinta a la actual: no había un diestro especializado, solía ser gente de la buena clase de Málaga que mostraba su destreza y gallardía sin cobrar nada porque estaba prohibido", relata el historiador.

Eran los carniceros de la ciudad los que en prados y dehesas seleccionaban las reses. "Las traían aquí y luego se quedaban con la carne", apunta Manuel Muñoz.

Los festejos en la actual plaza de la Constitución dieron lugar a numerosas anécdotas. En 1777 dos espectadores se disputaron un puesto en un balconcillo de la plaza hasta el punto de que se retaron a duelo en La Trinidad. Al acabar la contienda, en tablas, se sentaron en un bodegón próximo y uno de ellos, un teniente, se levantó por sorpresa y atravesó al ´compañero´ con la espada.

El primer intento de contar con una plaza de toros ´convencional´ llegó en 1791, cuando el Ayuntamiento, "dentro de los despistes que le caracterizan", dice el historiador, elige un terreno al lado del Convento del Carmen, con la particularidad de que era un terreno privado. Allí levantó una costosa plaza de madera para unas 5.000 personas, en unos tiempos en los que Málaga contaba con cerca de 30.000 habitantes. En esta plaza de toros del Carmen torearon entre otras figuras los grandes maestros Pedro Romero y Pepe Hillo. Lástima que, en 1798, por una denuncia de los propietarios, Diego de Terry e Isabel de Valois, el Ayuntamiento tuviera que desmontarla, quedándose tan sólo con el monto de la subasta de las maderas. Un negocio nada redondo, que quedó en el callejero malagueño como la ´Plaza de Toros Vieja´.

El siguiente coso fue una iniciativa privada. La plaza de Pescadería se instaló en 1817 en los alrededores de las Atarazanas (no en el Puerto como señalan algunos investigadores) gracias a los esfuerzos del carpintero José Villatoro.

En una época política bastante convulsa, hasta algunos participantes en la lidia eran considerados gente sospechosa. Esto decía un informe del banderillero José Alias ´Muselina´: "De vida rara y accidentada, más celebre por sus actividades de carácter político que por sus méritos taurinos".

Uno de los acontecimientos literalmente más ´sonados´ de esta plaza fue la pésima corrida celebrada en octubre de 1836. Tan cutre fue, que según recuerda el libro de Manuel Muñoz, "varios grupos de asistentes a ella se amotinaron al final del espectáculo y con bocinas, trompetas y caracolas se dirigieron a casa del empresario y con el consentimiento de la Autoridad le dieron una cencerrada".

La plaza de Pescadería pasó a mejor vida en 1837 por serios problemas económicos: "Se gastaron un dinero, allí se dieron corridas bastante buenas pero aquello fracasó porque la ciudad empezaba a crecer y el sitio no parecía el correcto", señala el historiador.

Tres años más tarde se inauguró muy cerca del Guadalmedina la que sería la plaza más fastuosa de Málaga. De hecho, Manuel Muñoz, que lamenta que no hayan quedado testimonios gráficos de ella, considera que "debió ser una plaza preciosa, incluso más bonita de La Malagueta".

Proyectada por el arquitecto municipal Rafael Mitjana, se levantó en los antiguos terrenos del convento de San Francisco.

Su propietario fue el poderoso Antonio María Álvarez, gobernador de Málaga y creador del pasaje de Álvarez (luego de Chinitas). El libro tiene el mérito de desentrañar muchos vacíos en la vida de este político y promotor que mantuvo en pie esta plaza hasta 1864 cuando, por falta de comprador envió al Ayuntamiento la siguiente nota: "He principiado el derribo de la plaza de toros de mi propiedad, y en el terreno que hoy ocupa me propongo edificar casas según los adjuntos planos".

A uno de los últimos festejos de la plaza de Álvarez, en octubre de 1862 asistió la reina Isabel II y su Real Familia, aunque no fueron muy puntuales. Según las crónicas, "el Príncipe de Asturias y su séquito aparecieron en el quinto toro y la Reina en el sexto, haciéndose en su honor un nuevo paseíllo".

Este apasionante libro termina con la breve historia del Circo de la Victoria, que ofrecía festejos taurinos y circenses en la década de 1850 y probablemente cerró en la de 1870. Los autores de ´La afición taurina malagueña en sus plazas de toros´ quieren presentar el libro antes de la Feria de Agosto aunque ya se encuentra en las librerías por 15 euros.