Pocas experiencias unen más que haber formado parte de un tribunal del jurado para enjuiciar a una persona por un hecho delictivo. Es obligatorio y la ley establece una compleja lista de eximentes que afecta únicamente a un tanto por ciento muy escaso de la población (tener problemas psíquicos o físicos, ser analfabeto o estar procesado o condenado). Sin embargo, a la mayor parte de los elegidos no les hace ninguna gracia, a pesar de que es un ejemplo máximo de democracia participativa en el Estado de Derecho. A partir de ahí, las excusas para librarse del mal trago son tan amplias como permite la extensión de lo que puede calificarse como esperpéntico o paradójico.

"A algunas personas no les hace ni pizca de gracia formar parte de un jurado, y ponen excusas de lo más variopinto para evitar pasar por esa experiencia. Un elegido nos llegó a decir lo siguiente: "No puedo ir, porque tengo un miedo inexcusable a ser jurado", apuntan fuentes judiciales.

Después del sorteo que se hace en la oficina del censo electoral de la provincia o en las dependencias de la Audiencia de turno, los candidatos (2.500 para Málaga y 1.500 para Melilla) tienen 15 días para aducir alguna razón que les libre del asunto. Y el trabajo no es un eximente, pues se puede justificar la ausencia con un parte expedido por el presidente del jurado o la autoridad competente y las jornadas del juicio conllevan una remuneración.

Pánico. Una mujer alegó para no ser juez popular que sufría de "ansiedad y pánico", por cierto, la excusa más habitual. Otro se lo curró más y le dijo a la Oficina del Jurado que padecía "obesidad de grado 1", es decir, un poco de sobrepeso que según el interesado afectaba a su ecuanimidad como magistrado por unos días. Y un tercer agraciado afirmó tener un "trastorno ansioso depresivo".

Si no se trabajara con temas tan dolorosos (se juzgan asesinatos, homicidios o cohechos, como casos más habituales), la ironía sería la tónica de los miembros de la Oficina del Jurado de Málaga. En otra ocasión, una señora dijo no poder satisfacer la llamada de la judicatura porque tenía dos hijos de 17 y 18 años a los que tenía que cuidar, mientras que un tipo ajetreado aseguró que tenía "un viaje pagado" justo en la fecha en la que se había señalado el juicio oral.

Arte. También tuvo mucho arte aquel individuo que dijo no poder ejercer como jurado porque tenía la comunión de su hijo durante el juicio. ¿Pero las comuniones no eran los domingos? Sí, pero él había optado por celebrarla entre semana.

El sorteo es aleatorio y, por tanto, cualquier mayor de edad es susceptible de ser jurado. Eso sí, hay anécdotas graciosas y hasta amorosas: en el segundo juicio por la muerte de Rocío Wanninkhof se formó una pareja entre los miembros del jurado popular.

"En cualquier caso, los que siguen adelante hacen gala de un gran sentido de la responsabilidad y se lo toman muy en serio: se meten en su papel, escuchan todo lo que se les dice y resuelven según su conciencia, aunque claro, después es el presidente del jurado -un magistrado de la Audiencia Provincial- el encargado de motivar esa sentencia a la que llegan los miembros de estos tribunales por votación", explican las fuentes consultadas.

En este orden de cosas, es el juez decano el encargado de resolver las cuestiones planteadas por los jurados electos o aquellos susceptibles de serlo antes de una vista oral.

El nerviosismo es uno de los rasgos más habituales que muestran los miembros de un tribunal popular. "Pueden pasar noches enteras sin dormir por el sentido de responsabilidad que tienen, pero cuando acaban suelen hacerlo con muy buenas sensaciones debido a la riqueza que les aporta la experiencia y al trato que se les da tanto en la Oficina del Jurado como en las dependencias judiciales", exponen las mismas fuentes.