Se acerca tímidamente pero segura y deja entrever una posteriormente confirmada arrolladora simpatía. Los altísimos y puntiagudos tacones de Estrella (nombre ficticio) pisan con fuerza la acera de una de las calles del polígono Guadalhorce. Son las siete y media de la tarde y lleva desde las dos sentada en el mismo bordillo y sin conseguir atraer la atención de ningún cliente. El día está flojo.

Destaca su extrema juventud y su belleza natural, alejada de la idea preconcebida del aspecto que debe portar una prostituta. Su ropa tampoco es la que tradicionalmente se asocia a estas mujeres, pero en este caso su normalidad y su cierto recatamiento no es lo habitual. Rumana de 21 años, ejerce la prostitución desde hace dos.

Realiza esta actividad como algo transitorio. Divorciada y con un hijo de un año y medio asegura que en diciembre regresará a su país para olvidar por siempre los sinsabores de la actividad que un día ejerció. "He encontrado un empleo allí y me vuelvo a trabajar y a finalizar mis estudios de ayudante de medicina", explica en un perfecto español. "Esto es desagradable, no es fácil para una mujer", dice. Estrella comenzó a trabajar en un bar, pero la crisis y su situación personal le llevaron a prostituirse. "No tenía más remedio", dice.

"Hay gente agradable y gente que no lo es. Esto es muy peligroso. Una vez subes a coche no sabes lo que te puede pasar. Ahí ya estás sola con él", comenta. Afirma además que ha sido víctima de robos y que incluso un cliente quiso "matarla" al negarse ella a mantener relaciones sin protección.

Dice que hay todo tipo de clientes. Jóvenes, mayores, casados, sin pareja, de aquí y de otros países. Todos buscan lo mismo. El servicio cuesta 30 euros, pero el negocio ya no es tan redondo como antes a causa de la crisis. Si antes sacaba 250 euros al día ahora no llega a los cien. "Con la crisis llegan clientes que te piden el servicio por 15 ó 20 euros, yo no acepto pero hay mujeres que sí", dice.

Ángela (nombre ficticio), rumana de 20 años, corrobora las impresiones de su compañera de profesión. Señala que antes conseguía de 400 a 500 euros al día y ahora entre 100 y 150. Esta rumana presenta el mismo perfil, separada y con una niña de dos años en su país, y también asegura que se trata de un modo de ganarse la vida transitorio. "Hay problemas entre nosotras por el reparto de calles, bastantes", comenta, al tiempo que asegura que es víctima de continuos insultos. "Me gustaría trabajar en otra cosa. En Navidad vuelvo a casa y quizás me quede allí", afirma.