Cuando las circunstancias e incluso la familia no acompañan hay entidades como Cáritas Diocesana que se convierten en la vía de salida y de auxilio para los mayores. Arrastran duras historias en su mayoría y acumulan cariño y agradecimiento que lanzan a aquel que tenga sólo un minuto de su tiempo para escuchar.

Si se logra escapar de la prisas y de la vorágine que envuelve la vida de cualquier ciudadano de a pie hoy en día, para avanzar por la castigada y malograda céntrica calle malagueña de Tomás de Cózar, el hallazgo puede ser reconfortante. Las paredes y ladrillos que conforman el número 18 protegen los últimos suspiros de 13 almas. Trece destinos que han encontrado el apoyo de esta institución eclesial, que ha sido vital para reconducir sus destinos.

Se trata de los pisos tutelados para mayores de Cáritas. Un bloque de doce apartamentos en los que residen actualmente 13 personas. Los requisitos son tener 60 o más años, ser autónomo, no tener posibilidades de vivir con familiares y contar con unos ingresos bajos, explica Vicente Jiménez, responsable de los apartamentos tutelados.

Los beneficiarios viven de forma independiente y sólo tienen obligación de mantener limpio su apartamento, pagar el agua y la luz y su respectiva comida. La limpieza de las zonas comunes corre a cargo de Paqui Moreno, que no se limita a estas tareas sino que realiza todo tipo de funciones de acompañamiento.

La idea de poner en marcha este servicio surgió a raíz de las riadas del 89, ante la fuerte demanda existente. El Ayuntamiento de Málaga cedió el terreno y Cáritas construyó el edificio, cuyos gastos mantiene desde el año 93, cuando se inauguró. Pero este recurso es "insuficiente", ya que normalmente existe una lista de espera de entre 15 y 20 personas, comenta Vicente Jiménez. Los mayores de estos pisos conforman una auténtica y variopinta familia.

Carmen Castilla, 73 años: «Es como si me hubiera tocado la lotería; me han dado la vida»

Es tanta la gratitud de Carmen Castilla, de 73 años, que las palabras no son capaces de contener y expresar toda su felicidad. "Cuando me llamaron para darme la casa estaba en Barcelona. Iba en una nube y paré en un quiosco y le pedí dos números al lotero, pero me paré y le dije que pensándolo mejor no los quería, porque ya me había tocado la lotería", dice Carmen entre risas, ante la mirada del responsable de Cáritas de esos pisos, Vicente Jiménez.

Esta gaditana nacida en San Fernando se considera malagueña de pura cepa y arrastra una dura historia de maltrato por parte de un familiar político. Carmen tenía un piso de su propiedad que vendió. Su error fue no adquirir otro y repartir el dinero entre los suyos. Finalmente se vio atrapada en una situación límite que le llevó a pedir ayuda desesperada a Cáritas.

Ahora vive tranquila y en paz. "Tenía solicitada una casa al Ayuntamiento de Málaga, pero nunca llegaba y Cáritas ha sido quien me ha dado finalmente una vivienda", resalta a este periódico.

La vida en Tomás de Cózar. Carmen percibe una paga de 528 euros al mes con la que "va tirando". "No tengo para tirar cohetes, pero está bien", afirma. Asegura además que la convivencia entre los vecinos es "maravillosa" y que forman una "gran familia".

Se ayudan unos a otros y se hacen compañía mutuamente. Ha sido la última inquilina que ha accedido a estos pisos, donde reside ya desde hace diez meses. Para esta ciudadana la vivienda ha supuesto un cambio radical en su existencia. "A mí me han dado la vida, estoy muy feliz aquí", insiste.

Carmen es también, al igual que todos los residentes, una vecina solidaria. A ella le ayudan y ella ayuda a los demás. En estos momentos se encarga de proporcionarle el tratamiento a otra de las beneficiarias de este servicio de Cáritas a la que han operado de cataratas.

A pesar de esta felicidad y del cariño que recibe de sus vecinos admite que con frecuencia se siente sola. "Mi entretenimiento es hacer croché y también la costura. Me gusta leer, ir al cine, comentar, pero muchas veces no tengo la posibilidad de hacer estas actividades", confiesa.

Esta malagueña adoptiva cuenta con el apoyo de sus cinco nietos y con el de Paqui Moreno, trabajadora contratada por Cáritas que traspasa sus funciones para volcarse en todas las necesidades de estos particulares inquilinos, según aseguran los beneficiarios. "Paqui me apoya mucho. Yo estoy falta de cariño, ella se ha volcado conmigo y yo me he volcado con ella", explica.

Hay otra persona muy presente entre todos los inquilinos de los pisos tutelados, que es el obispo emérito, Antonio Dorado Soto, que ha visitado a lo largo de los años de forma frecuente a estos mayores para preocuparse por su situación y mostrarle su apoyo. "El obispo me preguntó: "¿Eres feliz?". Y yo le dije: "Mucho". Sin embargo, también le transmití que tenía miedo de que un día me tuviese que ir de mi piso y él me abrazó y me dijo: "Hasta que la muerte nos separe", relata.

Carmela Rosales, 82 años: «Estoy loca de contenta, nos tratan muy bien»

Carmela Rosales, de 82 años, es ya una de las residentes más veteranas. Vive en el número 18 de Tomás de Cózar desde que se inaugurase. Vivía de alquiler con su marido, pero su residencia estaba en condiciones de ruina, por lo que tuvo que abandonarla.

Fue entonces cuando consiguió acceder a este piso con su marido, que falleció hace ya nueve años, recuerda. No tiene hijos y subsiste gracias a una pensión no contributiva de 328 euros. "Estoy loca de contenta. Nos tratan muy bien. Viene la limpiadora que se ocupa de nosotras y también nos llevan de excursión y viene el obispo a vernos" -se refiere al obispo emérito, Antonio Dorado Soto-, cuenta Carmela, que ha encontrado además entre estas paredes a una fiel amiga, su vecina María Gómez, de 70 años.

Actividades. En este punto, Vicente Jiménez, de Cáritas, indica que realizan además diversas iniciativas, como visitas al hogar Pozos Dulces, y actividades en el propio edificio como montar el belén en las fiestas navideñas, meriendas de convivencia o una verbena en San Juan. También cuentan con la colaboración de cuatro voluntarios, tres mujeres y un chico que se encargan del bienestar de estos mayores malagueños. El agradecimiento de éstos es eterno. Hay personas que gracias a la estabilidad que les proporciona Cáritas ha podido incluso realizar aquello que siempre quiso, como es el caso de María que no sabe leer y escribir y está asistiendo a la escuela de adultos, indica Jiménez.

"Estamos encantados, nos tratan muy bien", dice Carmela, que luce una juventud inusual a su edad. Esta jovial ´anciana´ afirma entre risas que el éxito de su ´eterna juventud´ radica en que se ha duchado "toda la vida con agua fría". De hecho, asegura que ya no necesita siquiera agua caliente.

Manuela Claros, 81 años: «Esto ha sido lo mejor que podía pasarme en la vida»

"Llevo seis años viviendo aquí y ha sido lo mejor que me podía pasar en mi vida". Manuela Claros, conocida en estos pisos tutelados como Manolita, a sus 81 años era autónoma cuando comenzó a residir en el bloque -condición necesaria- pero su salud física se ha ido deteriorando.

"Cuando era pequeña me puse enferma del colorín y llevo cojeando mucho tiempo, pero ya es que no me puedo mover, tengo que andar con bastones y a la calle salgo en silla de ruedas", dice. En el caso de Manolita, Cáritas ha hecho una excepción, ya que ésta está perfectamente atendida por Pepa Flores que le presta ayuda a domicilio gracias a la Ley de Dependencia y por una amiga que pasa con ella las noches para auxiliarla.

El caso de Manuela es similar al de otros residentes de estos pisos tutelados, ya que residía en una casa que acabó en ruinas y al ser soltera pidió ayuda a Cáritas, ya que sólo dispone de los 528 euros al mes de su pensión para subsistir. "Estoy muy contenta, mucho. Cáritas está haciendo una labor muy linda y son personas maravillosas", asegura. Manuela es ayudada además por sus vecinas y por Paqui, la trabajadora de Cáritas. Estas 13 personas (en uno de los pisos reside un matrimonio) comparten además de sus paredes, preocupaciones y alegrías. Intentan colaborar los unos con los otros en la medida de lo posible y ofrecerse el cariño y el apoyo del que muchos de ellos carecen.