Tres años después de la apertura de la primera zanja, la exhumación de las fosas comunes del antiguo cementerio de San Rafael se ha dado oficialmente por concluida. Las excavaciones han logrado recuperar los restos de un total de 2.840 personas, fusiladas entre 1937 y 1954, lo que confirma al camposanto como la mayor zona de exterminio de la represión franquista, según adelantó ayer a este periódico Sebastián Fernández, director de los trabajos.

La investigación se ha centrado en nueve nichos, aunque las excavadoras han actuado en casi la totalidad del recinto, levantado en buena parte de sus parcelas para constatar las pesquisas obtenidas por el Instituto Andaluz de Geofísica y los investigadores de la Asociación contra el Silencio y el Olvido, por la Memoria Histórica. Uno de ellos, Francisco Espinosa, explica que el número de fallecidos en el cementerio resulta notoriamente más alto y apela a la documentación oficial, que recoge, con nombre y apellidos, el fusilamiento de 4.380 ciudadanos.

Una cifra, que, unida a los testimonios aportados por los familiares, ha deparado numerosas sorpresas a los especialistas, que, a lo largo de estos tres años, se han encontrado con fosas superpuestas que superaban las expectativas iniciales y terrenos en los que, a pesar de las evidencias historiográficas, apenas se ha podido recabar el indicio inequívoco del movimiento de tierras. Es el caso de la parcela conocida como San Eduardo, donde los papeles de la época atestiguan la existencia de dieciocho fosas, escamoteadas, en la práctica, al ojo de los investigadores. ¿Dónde han ido a parar los cuerpos? ¿Qué ocurrió con tamaña cantidad de fusilados?

Espinosa y el resto del equipo del colectivo trabajan en diferentes hipótesis, todas ellas avanzadas. Los datos avalan, por ejemplo, el traslado subrepticio de 600 fusilados, a cuyas familias se les permitió, previo pago de una ingente cantidad de dinero, la inhumación en sepulturas más dignas, aunque igualmente traumáticas. Más furibundo y penoso fue el destino de alrededor de noventa fallecidos, que se convirtieron en involuntarios objetos de estudio de neurólogos y forenses.

A éstos, que aparecen en los archivos de autorización de autopsias y de fusilamiento en una paradoja macabra, se agrega la posibilidad del arrojo de numerosos cuerpos al osario general del cementerio, que no ha sido exhumado por respeto al resto de cuerpos que yacen en sus concavidades.

El investigador también destaca la presencia en las fosas de presos republicanos y se da de bruces con la premisa archivística de la existencia de otros enterramientos clandestinos, presuntamente habilitados en zonas de la ciudad como El Palo o la parcela adyacente al campo de fútbol de La Rosaleda, que podrían completar el mapa de la catástrofe.

Estas líneas de estudio, abiertas después de años de investigación y rastreo en los descabalados archivos de la época, se completan con una de mayor envergadura, la reubicación de restos y su inhumación en el Valle de los Caídos, que ya ha sido demostrada en el caso de otros municipios. Espinosa está a la espera de que los responsables del monumento le remitan los nombres de los malagueños que fueron utilizados, por orden expresa de Franco, para engrosar, desde el anonimato, las paredes y el subsuelo del templo. "Creemos que pudieron llevarse a muchos de aquí, de San Rafael", comenta.

Los trabajos en el camposanto de Málaga, concentrados en la actualidad en las tareas de catalogación e identificación de restos, todavía tienen mucho que aportar en términos científicos. Cada línea y ondulación de la tierra hablan de un nuevo relieve del horror, azota una historia personal, una columna abierta de datos. Todavía se desconoce la magnitud del genocidio perpetrado en la provincia, que, según Espinosa, llevó, incluso, a estremecer al cónsul italiano por el elevado número de represaliados. "Pidió a los militares que bajaran la mano y el mandato fue que siguieran igual, pero que no inscribieran a los fusilados", relata.

Son este tipo de testimonios directos los que elevan el número de fallecidos. Un alférez, que conmutó su pena por servicios al régimen, contabiliza 8.000 fusilados en el año 1937 y la historiografía alemana consigna en Málaga la espeluznante cifra de 30.000 personas en la primera década posterior a la batalla.

De los cuerpos recuperados en el camposanto, donde sólo quedaban restos de republicanos, también se abstrae un relato conjunto, poco amigo de la exageración, preciso y locuaz como una fotografía amarga. La exhumación, apunta Sebastián Fernández, ha permitido reconocer a las víctimas de Málaga, que, en alrededor de un cincuenta por ciento, no superaban los 20 años. Lo más descorazonador, la presencia de un centenar de mujeres, algunas de ellas embarazadas, y de sesenta niños, en su mayoría huérfanos de republicanos fallecidos por la hambruna y las epidemias.

En el análisis de los fallecidos, se ha descubierto un retablo social tan diverso como penetrante: párrocos abrazados a grandes crucifijos, mujeres con la medalla de la Virgen del Carmen, ferroviarios, invidentes, estudiantes. Han sido más de un centenar de catas. El silencio empieza a revertir en Málaga.