Pedro Aparicio, ex alcalde de Málaga, le pesa el sambenito de la tragedia. Su gestión, en esta etapa pródiga en cambios y desmemoria, se asocia indefectiblemente a un suceso capital, más propio de las plagas bíblicas que de la política contemporánea: las inundaciones de 1989. Sin ánimo de recibir protagonismo, se ha convertido en una especie de heraldo de Thanatos. O más bien en su antólogo. Ayer pronunció una charla en el ciclo de El Corte Inglés. ¿Se imaginan de qué habló? ¿De la influencia de Chesterton en la novela inglesa? ¿Del ´Decamerón´ de Bocaccio? ¿De las pantorrillas de la reina de la feria?

No. De nuevo, de la fatalidad, de la gran riada. El antiguo regidor acepta con resignación el papel que últimamente le ha reservado la historia. Incluso se entretiene en hacer bromas ante un auditorio reductible al color sepia, a las postales del día que cambió la historia de Málaga. Entre el público hubo algunos encuentros. Minutos antes de acercarse al micrófono gesticulaba sobre la repentina orondez de un antiguo correligionario. Con el socialismo pasa lo mismo que con el resto de cosas. Al cabo de los años favorece el diafragma.

El recuerdo de Pedro Aparicio no admite, sin embargo, demasiadas bromas. Asegura que fueron los peores días de su carrera política. Por dos motivos: las consecuencias del diluvio, que causó ocho muertos y la respuesta de la oposición, especialmente Izquierda Unida, a la que reprocha su actitud. "Años después mi propio partido hizo lo mismo con el Prestige. Fue una conmoción".

El ex alcalde de Málaga conserva las virtudes retóricas del púgil experimentado. Sin detenerse en alardes, en maniobras ágiles y resplandecientes, pone el acento en las partes del discurso que considera capitales. Desde esa rejilla, quiso dejar claro que Málaga no falló, sino que fue víctima de la falta de infraestructuras "supramunicipales", a las que agregó algunas carencias de competencia estrictamente local: la mala calidad del suelo de los polígonos o la debilidad de las estructuras de algunas casas.

Las conclusiones también las tiene meridianas. Aparicio cree que la desgracia no se puede atribuir íntegramente a la lluvia, aunque tampoco a las deficiencias de la ciudad. Su evocación más agradecida es la del trabajo de compañeros, fuerzas municipales y voluntarios, de los que destacó su generosidad. El ex alcalde apela a la nostalgia, pero no olvida. Dice que la oposición provocó situaciones injustas, como el acoso al ex subdelegado del Gobierno Francisco Rodríguez Caracuel. "Lo vi con la voz quebrada pidiéndole la dimisión a Corcuera. No nos dejaban trabajar, estábamos al límite de nuestras fuerzas", alega.

La memoria de Pedro Aparicio funciona con rigurosidad de estadístico. Si mira al pasado lo hace con ganas de saltar al ruedo, de poner sobre la mesa datos y cifras. "Cuando me fui de la alcaldía me llevé en diskettes mis intervenciones". Se nota. El ex político aludió, incluso, a la proporción de las inversiones que su gobierno dedicó a las infraestructuras. Como si tuviera enfrente a su némesis, a sus fantasmas de otros días.

No era el caso. Su charla contó con la presencia de políticos del PP, algunos de ellos en activo, como la concejala Araceli González. "En el 89 ocurrieron muchas cosas como el inicio del PTA, pero nunca me invitan a que hable de eso. Sólo de las inundaciones". La historia es caprichosa, don Pedro.