Estas cosas nunca fallan. La mejor manera de convertir un vuelo en una odisea consiste en confiar la laboriosa elaboración del equipaje a una persona poco familiarizada con la lógica de los aeropuertos. Digamos a la abuela. O a un niño. O al tío del pueblo. Una maleta que no entienda de legislación aeroportuaria, es, hoy en día, algo más que un fastidio. Conviene llegar a la terminal antes de tiempo.

El peso, en estas vicisitudes, es casi secundario. El personal de seguridad, amparado por la ley, se arroga la potestad de impedir la subida a bordo, por mucho que se disponga de un billete saldo. Algunos restricciones son evidentes. En Europa no se puede viajar con una pistola. Tampoco si es de juguete. Están prohibidos, incluso, los encendedores con forma de arma de fuego.

Si ambicionan el patológico deseo de trasladar una ballesta pueden ir inhibiéndose del gesto. Las tijeras se toleran si no sobrepasan los seis centímetros. Las cuchillas de afeitar en caso de estar recubiertas. La normativa española es exigente con el equipaje de mano. No se admiten objetos contundentes, lo que engloba también a las cañas de pescar y los bates de béisbol. Tampoco bebidas alcohólicas de alta gradación. No por moralidad, sino por su valor de objeto inflamable.

Los controles de seguridad se antojan eficaces, severos. Ningún objeto queda sin inspeccionar, ya sea manualmente o a través de las pasarelas de rayos X. El viajero debe descalzarse, despojarse de cinturón, chaqueta. Además, los vigilantes tienen derecho a controles manuales y aleatorios.

Lo mejor es conocer la norma y ganar tiempo. Los ordenadores portátiles son examinados sin la funda. Para algunos enseres, se requiere documentación. Es el caso del bisturí, por ejemplo.

Puede parecer desmedido, pero nada como la legislación que regula el transporte de líquidos. Un concepto que, en el diccionario de la navegación aérea, no alude en exclusiva a lo que comúnmente calma la sed, sino también a los perfumes, la pasta de dientes. Trasladarlos a bordo es una auténtica proeza. Sólo se permiten si no superan los 100 mililitros, aunque, eso sí, transferidos a bolsas especiales, que se deben adquirir previamente. Eso en lo que se refiere a los controles que preceden a la zona de embarque. Si se adquieran en las tiendas de ´duty-free´, pueden alzarse junto al resto de pasajeros de la máquina. A excepción de Estados Unidos, donde se restringen, a menos que se trate de casos clínicos y se cuente con la documentación pertinente. A nadie se le escapa que el país norteamericano es una gozada, pero en cuestión de seguridad, bullen las sorpresas. Se permite la entrada de armas, en caso de que cuenten con los permisos de uso, pero no las baterías de litio. Algunos aeropuertos utilizan ya los escáneres corporales. El contenido del ordenador puede revisarse. Menos peso no aligera los vuelos.