El porche, el césped recién cortado, la sonrisa batiente, los niños y un perro, Teddy, Rush, quizá Rudolf. Es algo más que un tópico de teleserie. Rudolf acariciado por el benjamín, Rudolf sobre el sofá, Rudolf que devuelve una pelota a su dueño. La relación de los extranjeros con los animales es muy especial. En la última semana, una británica, fallecida en Málaga, legó nueve millones de euros a la protección del lince ibérico. No es la primera vez. Hace dos años, otra turista, otra herencia. El gesto, en algunos sectores de la provincia, parece incomprensible. En Europa, no tanto. ¿En qué varía el vínculo con la naturaleza? ¿España es más insensible que el resto?

Las asociaciones conservacionistas consultadas por este periódico disipan las dudas. Aunque el trato a los animales se ha humanizado en los últimos años, continúa muy alejado del que le prodigan finlandeses, alemanes o británicos. Allí, quizá por la influencia de la cultura protestante, basada en la comunidad, el medio ambiente representa una preocupación de primer orden. Muchos partidos ecologistas se alzan entre los más votados.

Isabel Reding, vicepresidenta de la Sociedad Protectora de Animales, cree que las mayores diferencias estriban en las zonas rurales, donde los perros y los gatos no siempre escapan a su viejo status de aperos de labranza o protección de la propiedad privada. "Los dejan durmiendo en la intemperie y cuando tienen crías, si no les interesan, se deshacen de ellas, lo que sería impensable en otros países", señala.

La concepción del animal de compañía es menos flexible fuera de España. El dueño le endilga un rol de miembro de la familia casi por decreto. Además, cumple a rajatabla la normativa, que exige la esterilización como medida previa a la acogida, algo aún lejos de presumirse en una obligación en Andalucía.

Sonsoles San Román, de UICN Málaga, considera que la distancia se ha estrechado en los últimos años. Concordia Márquez, de la Asociación CYD Santa María, dedicada al cuidado de caballos maltratados, entiende que la visión tiene trampa. En los animales que comportan un gasto alto, las actitudes no son tan espléndidas. En la provincia, el número de ejemplares abandonados por extranjeros casi supera al de los nativos. Además, el 85 por ciento de los voluntarios son españoles. Eso sí, las diferencias vienen de arriba, del andamiaje legislativo. La ley de protección de los animales resulta en España bastante indulgente y depende de cada autonomía.

Márquez propone el ejemplo del último caso al que se enfrenta el colectivo: un juicio por un caballo que murió de inanición tras la desidia de su dueño. En el extranjero, los castigos son ejemplares. Aquí, dice, la severidad es escasa. "Si se tiene dinero se paga la multa y si hay insolvencia, pues adiós y tan ricamente", razona. La legislación aprovecha, asimismo, la salvedad de los toros y no persigue la vejación a animales en espectáculos públicos. "Ahí sí se notan las diferencias", resalta.