Tenía pinta de general gallego, frente de empleado de banca, mirada astuta y soberanamente burlona. Si el mundo hubiera tenido dueño, le habría pertenecido. Era el hombre más rico del planeta, el tipo con los mejores contactos, el patriarca del lujo y de la fiesta. Adnan Khashoggi llegó a Marbella hace treinta años y aumentó el gradiente de las luminarias. Sus fiestas funcionaron como un embudo del dinero y de la fama. A su casa llegaban los que ya eran asiduos de la Costa del Sol, pero también nuevas celebridades. Actores, multimillonarios, jeques, presidentes. Todos congregados en su atalaya, copa de oro en la mano, al son del sibilino y controvertido magnate.

La época de mayor esplendor del creso bigotudo coincidió con la de la biografía de Marbella. Sus escándalos, sus presuntos coqueteos con el tráfico de armas, aún no le habían esquilmado la baraja. La vida de Khashoggi se apostrofaba en muchas vertientes, no sólo la económica. Había sido el gran intermediario entre las administraciones estadounidenses y la liga árabe, se codeaba con Richard Nixon, al que le dejó un maletín lleno de dólares en nombre de la aristocracia saudita. Su nombre era sinónimo de despilfarro, de prestigio y exclusividad. Se dice que su etapa en Marbella se sostenía en más de un millón de euros por semana. La casa tampoco le iba a la zaga. Primero, el Hotel Incosol. Después la finca La Baraka, que le compró, a precio equivalente al PIB de, al menos, dos países calurosos, a Cristina Onassis.

El yate de James Bond

Hablar de Khashoggi en Marbella es también aludir a sus complementos. Entre ellos, el yate Nabila, el más grande del mundo en esos momentos, que fue utilizado para una película de James Bond e inspiró una canción a la legendaria tropa de Freddy Mercury. En su espaciosa cubierta, tomaban el sol los cuerpos más formidables y archiconocidos del celuloide, como el de Liz Taylor. Puede que también su antítesis con melenas, Mick Jagger, amigo confeso en su día del malogrado ricachón de Arabia.

Escándalos y amantes

Adnan Khashoggi siempre ha sido muy de los Stones. Quizá eso explique las veleidades enunciativas que le atribuye la prensa británica. Se habla de Heather Mills, la licenciosa y acaudalada ex mujer de Paul McCartney, convertida en amante frente a las piscinas de Marbella. También de la esposa del último nieto de la saga Kennedy. Parece que su temporada en la Costa del Sol fue muy poco amiga del cuarteto de Liverpool y del partido demócrata.

Amigo de los casinos

La literatura sobre los amoríos de Khashoggi, prolífica en los últimos años, se corresponde con la nueva condición del rey de la Costa. Si hace apenas quince años, su mención equivalía al paraíso mundano y el cielo de Marbella, ahora suena indefectiblemente a escándalo. A las acusaciones legales se añade la moderación de su inabarcable presupuesto, mordisqueado, todavía hoy, por las deudas. Una de ellas le ha costado la ignominia en la prensa británica, donde hace poco apareció como un forajido del Oeste por la elevada cuantía que adeuda a un casino de Londres.

Nostalgia del ´glamour´

Del gran Khashoggi de los setenta y ochenta apenas queda el recuerdo. El multimillonario se comprometió hace poco a regresar a Marbella para participar en la gala de la ONG que dirige su esposa. Al acto acudirán algunos personajes de la farándula, símbolo del cambio de los tiempos. Nada que ver con las fiestas de su acorazada finca, donde las superestrellas de Hollywood devoraban chismes y ostras mientras los jeques se bañaban en oro. Hay quien dice que por allí pasó incluso Bin Laden. Los grandes hombres del presidente compartiendo aceitunas con el gran enemigo de América. El mundo, inmoral y radiante, tuvo una vez el centro en la Costa.