Está considerado el maldito con más gracia de la literatura británica. Sus libros se venden en todo el mundo, los jóvenes de las mejores familias tratan de imitarle. Martin Amis es un escritor inglés y como escritor inglés se le atribuye una casa cerca del lago, un acento de fábrica, un poco de niebla. Su infancia debía de haber transcurrido entre ecos de la posguerra y tazas de té. Probablemente fue así, pero incluyó también un filete de jamón, un vaso de vino dulce, el horizonte de la Costa del Sol. El autor está vinculado a la provincia y no sólo por los episodios de veraneo de buena parte de su generación. Lo suyo fue también el complemento noble del litoral de Málaga, la ciudad de las leyendas, de El Tajo, la Ronda del capote y la sutileza.

Martin Amis ejerció de niño con pecas y piernas descompensadas en las calles del pueblo, probablemente como uno de los cientos de rondeños de importación. Su padre, Kingsley Amis, narrador consolidado en Inglaterra, tenía una casa en la villa, no muy lejos de la morada de Orson Welles y el fabuloso cortijo de los Ordóñez. Ése era el público natural de sus travesuras y no precisamente por conciencia de clase. Los Amis tenían reputación, pero no dinero. Las piscinas, los palmerales y las cofias le quedaban lejos, funcionaban como un paraíso decimonónico para su imaginación. La entrada de la familia al templo malagueño de la tauromaquia no dejó indiferente al joven escritor, que se sintió desbordado. No por los motivos de la fiesta. Tampoco por los animales, sino por el lujo y el personal de la saga.

Fascinado por la finca

Acostumbrado a la heterodoxia, Amis no se sintió fascinado por la figura de Antonio Ordóñez. Eso era para Hemingway, para Orson y su padre, para los que le precedían en el mundo y en la literatura. Él puso el ojo en los personajes que más tarde marcarían el paso de la farándula, en la joven Carmina y su cortejo de amigas, las chicas de la nueva aristocracia de Ronda, inaccesibles, sabedoras de su linaje, de sus ventajas, tránsito apadrinado por el cine de la leyenda tantas veces repetida del señorito andaluz.

La Ordóñez en la literatura

La historia de Martin y Carmina estaba condenada a no existir. Ambos se conocían, sus familias eran interlocutores recíprocos y casi habituales. La excusa podría haber valido para iniciar un romance, una escapada entre astados y piel de blancura escandalosamente ´british´. Pero no. Las distancias no sólo llegan con los años. Entre ambos, ya en la adolescencia, mediaba un abismo. No podía ser de otro modo. Un encuentro entre Amis y Carmina tiene algo de letra imposible, de diálogo entre un risco y una máquina de escribir. La cosa no hubiera trascendido la anécdota, sino fuera porque el británico la convirtió en literatura. De todas sus aventuras en la provincia, Martin optó también por la chica de los Ordóñez. Leer para creer.

La belleza remilgada

La referencia a Carmina aparece desleída en sus memorias, publicadas con el título de ´Experiencia´ en el sello Anagrama. Conocer a Martin Amis sirvió a la hija del torero para ingresar, por una vez, en unos caracteres alejados del papel couché. Probablemente nunca lo supo, pero a kilómetros de distancia, un tipo más famoso y rentable que todos los que la rodeaban en España le dedicaba un retrato de juventud. Alejado de los tópicos, de la popularidad de sainete que había adquirido tras la desaparición de los grandes diestros. La Carmina de Amis era una chica joven, de gran belleza, remilgada, tocada por el origen y la sofisticación. Nadie dispuesta a fijarse en el hijo de un escritor, en el tipo que firmaría adelantos editoriales de más de un millón de dólares. Un encuentro aberrante, casi de pesadilla recíproca, merecía un escenario distinto, igualmente dado al asombro y la conjunción. La Ronda de los sesenta, la joya escarpada a unos pocos kilómetros de la Costa del Sol, el otro gran pasaje de la época, de los años irrepetibles.