Los árboles reposan sus raíces en el agua. Existe un porche de campiña inglesa, ventanales que sugieren el galope del alazán, el principio de un poema dieciochesco, la muerte blanca de la princesa. La Casa del Conde, elevada en el sistema de pantanos del Guadalhorce, se ha convertido en el testimonio agradecido del invierno. Los últimos meses, marcados por la lluvia, han cambiado profundamente su entorno, que se inscribe actualmente en fórmulas de exuberancia. Su función sigue siendo la misma, supervisar el comportamiento de los embalses, pero el paisaje apenas se asemeja al de hace unos años.

La casa, equipada como centro de emergencias, domina la secuencia voluptuosa del agua. Tres pantanos unidos por un extraño porvernir de dicha, casi al límite de su capacidad. Agua azul, en tono esmeralda, que trepida por paredes acostumbradas a moldear su reflejo más abajo. Luis Morales, asesor técnico, aporta un logaritmo que da buena cuenta de la magnitud del cambio. El sistema del Guadalhorce acumula más de 350 hectómetros cúbicos. Una cantidad que garantiza el consumo de la capital y sus necesidades agrícolas en los próximos cuatro años, incluso, si no vuelve a caer una sola gota.

Un milagro

Después de casi un lustro de sequía, parece la arquitectura de un milagro. Aunque la opulencia, en este caso, no invita precisamente a mirarse la panza. El llenado vertiginoso de los pantanos obliga a los trabajadores a redoblar la atención. Utilizan un sistema de seguridad que tiene en cuenta numerosas variables y un objetivo: mantener la seguridad en las presas. «Hay que estar pendiente de la previsión de lluvias para prevenir el colapso», comenta Ricardo Ruiz, director de la explotación.

A pocos metros del Guadalhorce y el Guadalteba, sobre un terreno serpenteante, una construcción sirve para manejar el funcionamiento del agua. Allí convergen los flujos de los pantanos. Su lengua es una caseta con una máquina que activa la salida de los excedentes. El chorro, a golpe de botones, adquiere el vigor de un géiser. Es lo que se conoce como la apertura de compuertas, que la lluvia ha puesto de moda en los últimos meses. De nuevo, las cifras son espectaculares. Desde el pasado diciembre, se han soltado 290 hectómetros cúbicos, casi tres cuartas partes de la capacidad total del sistema. La paradoja mira a los agricultores del Guadalhorce, que están pendientes del arreglo de las canalizaciones para irrigar sus campos, problema que se solucionará en junio,según la delegada de Medio Ambiente, Remedios Martel. Ortega y Gasset se alarmaba de la indolencia con la que se acepta que de un grifo salga agua. El sistema del Guadalhorce da una visión exacta de la aparatosidad del proceso. Rutas subterráneas, cálculos e, incluso, una central que genera energía eléctrica. La lluvia ha dado color al milagro.