Sonaba a nadería revolucionaria, a cháchara de quijotes, a uno de esos sueños confusos y terapéuticos que se alargan con la vehemencia del café y la conversación. La propuesta de crear un Soho en Málaga parecía condenada a desfallecer al primer golpe de mano, evaporada entre la desidia que se achaca al pueblo mediterráneo y los enredos de la administración. En apenas unos meses, contra todo pronóstico, la idea ha ido ganando musculatura y ganándose la confianza, a veces casi fanática, de artistas, empresarios y políticos de distinta sensibilidad. Si es un sueño, ahora son muchos los creyentes. El Soho, a su modo, amparado por cuerpos y razones, comienza a crecer.

Los papeles de Sergio García, desplegados sobre una mesa encerada, explican, en buena medida, la acogida del proyecto. El Soho no se olvida de nadie, conecta con el programa de intereses de la ciudad, con el Málaga Valley, con los cruceristas, con la música y hasta con el PGOU.

El área de Tomás de Heredia, el marasmo de calles deprimidas que discurren entre el Puerto y la Alameda, convertidas en un distrito cultural. La iniciativa, impecable en sus principios técnicos, conserva todavía la mancha de un cenicero. Para entender su gestación, ajena a la oficialidad, hay que situarse en la barra de bar de Demolde. Allí habita un fantasma, un principio magnético que hace que se congreguen tertulianos de pelambre casi inconciliable, bohemios, disparates y las llamadas fuerzas vivas de la ciudad. «Les debo a mis hijos una ciudad mejor», comenta Sergio.

Quizá, en buena medida, el imán sea él. García no tiene ningún problema en que lo tilden de romántico. Dos carreras, veinte años en Nigeria, fiestas con Dinos Chapman, amaneceres en Brasil, sonrisa lúcida y casi sempiterna, jazz, Asturias, Málaga, Madrid. A Sergio no le gusta el protagonismo, pero es uno de los artífices y principales responsables del entusiasmo hacia el proyecto. De su cabeza y del humo de las conversaciones nació y creció el embrión. «Un Soho, ¿Como el de Nueva York, el de Londres o quizá el d e Buenos Aires?» «Como queramos y sepamos los malagueños», responde con rotundidad.

Las primeras nociones del Soho tienen que ver con la energía. Sus ideas, al contrario de lo habitual, no resultan tan caras como viables. En el barrio se prepara una revolución. El proyecto plantea su eje físico en la peatonalización de una de las arterias que comunica la Alameda con el área portuaria. Se habla de Tomás de Heredia, pero también de otras avenidas como la calle Córdoba. La primera opción cuenta con la ventaja de comunicar en línea recta el mercado de Atarazanas y el Puerto en un paseo de horizontes y visibilidad.

Para ello, se requiere el derribo de un vestigio tosco y casi miope, la valla que separa el recinto portuario de la ciudad. Con su eliminación y la habilitación de una salida de turistas por la zona, que ya ha sido comunicada a las autoridades, el Puerto dejaría de dar la espalda a la ciudad en una avenida con olor a salitre.

Una de las propuestas más conocidas del programa del Soho es el traslado de los puestos de flores de la Alameda al futuro paseo peatonal. De nuevo, la idea, en lugar de presumir un problema, se descuelga con soluciones, especialmente si se tiene en cuenta la inminencia del comienzo de las obras del Metro, que complicará la actividad comercial.

La asociación que gravita en torno al Soho, que congrega a personalidades como la vicedecana de la Facultad de Bellas Artes de Málaga, Blanca Montalvo, va poco a poco trazando las líneas motrices del distrito cultural. Sergio tiene en la cabeza ideas integradoras, iniciativas que satisfacen tanto a los artistas como a las inmobiliarias, por extraño que pueda parecer.

Uso de locales abandonados

Una de ellas es la ocupación consentida de muchos de los locales abandonados, que ya acredita la simpatía de sus propietarios. El Soho ha avanzado para llegar a un acuerdo con las inmobiliarias, que se comprometerían a ceder los locales para el uso expositivo de artistas. «Son sitios que no se alquilan. Nosotros nos comprometemos a adecentarlos y mostrarlos a clientes potenciales al mismo tiempo que se exhibe y se forja la obra del autor. Ahí todos ganan», resalta Sergio.

El proyecto no está precisamente huérfano en apoyos del mundo de la cultura. El CAC Málaga o la galería de Javier Marín son algunos de los nombres propios interesados en seleccionar a los artistas que formarían parte de la hilera de estudios del futuro Soho. Para la música, se cuenta con la aportación del saxofonista Javier Denís. Arquitectos, actores, escritores, rockeros, hoteleros, restaurantes de primera fila como La Moraga. Todos implicados en la aventura que orbita por encima de Tomás Heredia, de la calle Córdoba, de la Alameda de Colón.

La localización del Soho se impone por las propias necesidades del barrio, que ha devenido penosamente en un área de tránsito, castigada por el abandono y la prostitución. Una evolución que enmaraña sus posibilidades, a todas luces envidiables. La zona ocupa una situación geográfica casi de fábula, con edificios rubricados por arquitectos como Moneo o Gutiérrez de Soto. Un centro de arte contemporáneo. Galerías. El Teatro Alameda. La casa de Vicente Aleixandre. El Puerto y la Alameda en un único traspiés. «Se pueden hacer cosas sin demasiado coste y resultado excepcional como engalanar la casa de nuestro Premio Nobel con sus poemas y fotos», detalla García.

La puesta en marcha del Soho, de acuerdo con los papeles de la asociación, serviría de estímulo a la actividad económica y comercial. Un distrito bendecido por la cultura y con avenidas espaciosas en conversación con el mar refrenda el proyecto de transformar el Puerto en un centro de negocios de primer nivel. El arquitecto Salvador Moreno Peralta no escatima elogios hacia el programa. «Se trata de una idea formidable. Eso es precisamente lo que hay que hacer para revitalizar un barrio, el ejemplo y la experiencia piloto a seguir», reseña. Respaldo mayoritario, costes razonables, posibilidad de evolución gradual y participación ciudadana. La propuesta Un Soho para Málaga lo tiene todo para subsistir. «Ojalá los políticos no lo estropeen», sostiene Peralta.