Salvador se volvió a mirar esta semana en la piscina del hotel Los Monteros. Ha sido su espejo durante 33 años y, en este tiempo, la ha visto rebosante de agua y bañistas. Pero también, vacía. Los últimos 19 meses de historia del primer cinco estrellas de Marbella han sido los peores. El buque insignia de la ciudad naufragaba. Más de uno llegó a pensar que se hundía. Los malos pronósticos no se cumplieron y ahora, tras su venta, parece estar a salvo.

Este marbellí de 48 años ha sido el capitán del insumergible ´Titanic´ en tierra. No ha soltado el timón a pesar de verse con el agua al cuello. «Lucho por todo lo que quiero y no paro hasta que lo consigo», advirtió a este diario. Como prueba, aporta su propia vida profesional, resumida en dos únicas palabras: Los Monteros.

El padre de Salvador trabajaba como chófer en este emblemático hotel, que se erigió en una temprana edad de oro marbellí. «Yo no quería estudiar, así que me puse a trabajar», recuerda actualmente. Salvador embarcó en Los Monteros con apenas 15 años. Empezó como un humilde botones, pero ya tenía claro lo que quería llegar a ser. «Yo algún día seré como usted», le dijo al director del hotel por aquel entonces, Agustín Picazo. «Su hijo, que hoy día es mi amigo, me lo recuerda de vez en cuando», sonríe.

Los orígenes sencillos de su familia, autóctona de Marbella, nunca le impidieron tener altas miras a la hora de buscar mejores puertos donde crecer en su profesión. Tenía las cosas claras y pronto comenzó a darse cuenta de que su futuro dependería de saber idiomas. «Hablo inglés, francés y alemán», afirma orgulloso de su temprano esfuerzo.

Ríos pasó de ser el portador de las maletas más codiciadas del sector turístico a la recepción del establecimiento. «Por allí pasaban políticos, príncipes, actores, cantantes... todos los miembros de la beautiful people del momento». Los Monteros era sinónimo de cielo. En sus instalaciones, disfrutaban y descansaban los pocos humanos que alcanzaban la categoría de estrellas. Sus trabajadores tampoco acumulaban quejas. Buenas nóminas y horarios en la época.

Salvador progresaba a medida que también lo hacía el hotel. De la recepción pasó al departamento de reservas y no tardó en coger un puesto de responsabilidad. Le convirtieron en el ´yill manager´, la persona que establece los precios. Para ello, hizo un curso de formación en el Ritz de Madrid. «Es un trabajo que me apasiona y que sigo haciendo», confiesa. Al director de Los Monteros le encanta conocer a la competencia y compararla con los servicios que ofrece la que aún es su casa. Aunque reconoce que es difícil superar a «la joya de la corona». Pero el lujo decayó y todavía se buscan culpables.

El declive de Los Monteros es atribuible a sus propietarios, en su opinión. Poco a poco, fueron desmembrándolo, después de la desaparición de su fundador, el Marqués Ignacio de Coca. «Al principio, teníamos club de golf, club de playa, club hípico». Los dueños posteriores se deshicieron de algunos de estas propiedades. Hasta llegar al último empresario que lo adquirió, el ruso Ernest Malyshev.

El mayor apego a Los Monteros lo han demostrado sus trabajadores, recalcó Río. Dice sentirse orgulloso de pertenecer a una plantilla en la que todos coinciden en denominar su lugar de trabajo como «mi hotel». Gracias a ellos, «es posible que podamos abrir el próximo 1 de agosto», añadió. El niño que estudiara en el colegio público de Leganitos, en Marbella, compitió consigo mismo a lo largo de toda una vida. Llegó a hacer las pruebas de acceso a la Universidad para mayores de 25 años. Las superó y cursó Derecho. «Me quedé a falta de un año para terminarlo», señala.

Los estudios son difíciles de compatibilizar con la vida familiar y Salvador conoció el amor pronto. A los 18 años, se enamoró de la que hoy día es su esposa. Fruto de su matrimonio, es padre de gemelas.

Ahora, tiene por delante un importante reto profesional: reflotar el cinco estrellas más famoso de la Costa del Sol. Para muchos, es un superviviente. No lo cree así. Lo sería si el hotel hubiese resucitado. Pero no tuvo que hacerlo puesto que el hotel Los Monteros «nunca ha llegado a morir». Ahora, volverá a su esplendor, confía.