Francisco Oliva había relegado el día a la comodidad del pijama. Francisco de la Torre se dirigía al pregón de las fiestas de La Biznaga, en La Cónsula. Un grupo de jóvenes contaba los minutos que le separaba del concierto de Maná. Otros apuraban los últimos rayos de sol en la playa. Todo el mundo recuerda dónde estaba, con quién, incluso en qué pensaba. José María Martín Carpena caminaba con su mujer y su hija. Acababa de cerrar la puerta de casa. A pocos metros, distinguió a una figura siniestra. Camisa negra, gorra azul. Las piernas levemente apoyadas sobre el capó de un coche. Puede que le reconociera. Había tropezado con él en el distrito, a las puertas de El Corte Inglés. Quién iba a pensarlo.

No se sabe nada del cruce de miradas. La de José María, a buen seguro, se le quedaría grabada como una condena preparada para abordarle frente al lecho de muerte, en pesadillas ingobernables. Con sus ojos, no hay duda. Amigos, compañeros, vecinos, conocen lo que expresaban. Trabajo, humildad, simpatía. Hace ya diez años. Ni se perdona, ni se olvida.

El dolor va acompañándose de nuevas fórmulas. Surge la anécdota, la palabra desdoblada en imágenes. Cada uno conserva la suya. Rafael Rodríguez, portavoz de Izquierda Unida en ese momento, recuerda el día en el que José María le confesó su concepción de la política. Más que las ideas, le interesaban las personas. «Me dijo que daba igual que tuviéramos creencias diferentes, que la verdadera cercanía estaba en la honestidad, en la nobleza».

Los que conocieron a José María componen un retrato que lo aleja del tópico, a menudo apresurado, del animal político, del cargo engolado. Era uno de esos concejales que son percibidos verdaderamente como un representante vecinal, como un amigo. Su mano derecha, Francisco Gavira, que en aquellos días ejercía de director del distrito de la Carretera de Cádiz, subraya su trato con la gente. Los dos alargaban su jornada más allá del toque de queda. «Me decía, hermano, mientras estemos aquí es para servir a los vecinos».

El alcalde, Francisco de la Torre, llevaba poco tiempo al frente del Consistorio. Viajaba por la carretera rumbo a La Cónsula. Le avisaron de un tiroteo en la zona de Gamarra. Confusión. Poco minutos después del auricular emergió una voz con el nombre de José María. El volante dio un giro dramático. Desolación, rabia, impotencia, son los adjetivos que todavía acompañan su relato. La repetición no le borra intensidad a la frase. José María se fue, dice, sólo por pertenecer a una corporación democrática.

De la Torre conocía bien a su primer concejal de la Carretera de Cádiz y el Puerto de la Torre, pero todavía quedan rastros que evidencian nuevas caras. Hace pocas semanas, el libro de Javier Ojeda sobre el movimiento pop de Málaga, le reveló a un José María rabiosamente joven, rockero, a la vanguardia. Tocaba la guitarra eléctrica. La banda se llamaba Los Amables. Para el alcalde, no es casualidad. El nombre prolonga su inequívoca manera de estar en el mundo.

De José María se destaca su bondad, su capacidad de sacrificio, sus gestos desinteresados, pero también hay otro Martín Carpena que se evoca en el espacio íntimo. Gavira habla de un hombre con voz de rapsoda y locutor de radio, de un compañero hábil con los chistes y con la palabra. Le encantaba la música, preferentemente anglosajona y de los sesenta. También, las escapadas.

La última vez que Mariví Romero se encontró con él, acababa de consultar ofertas para las vacaciones. Fue en la puerta de El Corte Inglés. Alguien los observaba. La edil no puede quitarse de la cabeza la tarde en la que los dos asistieron a una entrega de premios en el Parque Mediterráneo. José María sacó un palo provisto de una lente del maletero y comenzó a revisar los bajos de su automóvil. «No es por mí, sino por ti. No me lo perdonaría. Tienes la vida por delante».

Las horas posteriores a la desaparición de Martín Carpena no se diluyen fácilmente. El encierro en el Ayuntamiento. La mirada desconsolada y temerosa de Romero al subir las escaleras de la casa de su madre. Gavira amplía la perspectiva a los días precedentes. Una serie de visiones, de encuentros fortuitos, aparentemente opacos, pero destinados a cobrar luz de la manera más salvaje. Su amistad con el concejal le situó muy cerca de las investigaciones. Recuerda haber visto la cara del asesino en los pasillos del distrito. Fue el mismo hombre que, como descubrió más tarde, llamó a su casa y se hizo pasar por policía. No tenía claro quién de los dos era José María. «Le dije a mi suegra que no abriera. Luego nos enteremos que Martín Carpena era la segunda opción de los criminales, que pretendían atentar contra otro concejal que estaba de vacaciones».

La luna del reloj llameaba a las nueve y media. Rafael Rodríguez, con su hijo recién nacido en los brazos, recibía la visita de su compañero de formación José Luis Portillo. Luis Vázquez Alfarache, tercero en la lista electoral que llevaba el nombre de Martín Carpena, miraba con estupefacción el avance del telediario. Gavira paseaba en coche con su esposa. José Asenjo, líder de los socialistas, se rebelaba contra un sentimiento de incredulidad que se agigantaría cuatro días más tarde. Primero, las bombas desactivadas en las puertas del domicilio del alcalde, luego él, subido en su coche, el humo que ascendía del interior, que le velaba el rostro a su mujer y a su hija. Aparcó a pocos metros. La policía le confirmó que no se trataba de una avería. Todavía se siente un afortunado. «Existía el riesgo, pero nunca puedes creer que va a tocarle a alguien de tu entorno y menos a ti, aquí en Málaga, tan lejos del País Vasco».

La noche que murió Martín Carpena dejaron de ser socialistas, de Izquierda Unida, populares. Se borraron los límites de la izquierda, el centro o la derecha. Todos fueron compañeros. De la Torre pone de relieve la cohesión, la respuesta del pueblo de Málaga, que se echó a la calle para mostrar su repulsa a la intransigencia. Juntos, contra ETA, con el emblema y la convicción en el estado de derecho, puntualiza el alcalde. Al igual que muchos otros compañeros, De la Torre todavía mantiene intacto el recuerdo de José María. Le llega, con toda su viveza, en su barrio, en el día a día de la política. «A muchos nos sirve de estímulo», señala. Gavira dice que conserva las convicciones de su maestro, de su hermano, la voluntad de ayudar, la ausencia de prejuicios. «Aquel día nos mataron un poco a todos», resume Vázquez Alfarache. José María seguirá presente. Hay cosas que no se van, que no pueden irse.