En la arteria de Málaga tenemos al arcángel San Miguel. Él nos vigila muy sigiloso y quieto mientras deambulamos de un lado para otro. Pero este San Miguel es peculiar. Es húngaro y se gana la vida con las monedas que le echan los demás.

Son las doce y media del mediodía y está situado en calle Larios. Su nombre es Lucas. Hace dos años que recaló en Málaga. Está empapado en sudor, pero no le importa. «Da igual que haga cuarenta grados o menos veinte. Yo necesito trabajar », comenta este artista mientras se limpia el sudor que le empapa la frente.

La vida para los artistas que se ganan la vida a pie de calle no es sencilla. Y menos aún cuando su trabajo está sometido a las altas temperaturas de estos días atrás. «Ha hecho muchísimo calor y la gente no echa ni dinero. En estos días he ganado 15 ó 20 euros», asegura Lucas.

Unos metros más adelante están Carlos y Héctor. Los dos son argentinos. El primero se dedica a la globoflexia. El segundo sorprende a todo el que pasa porque no tiene rostro.

«Trabajar estos días ha sido muy difícil porque te falta hasta el aire. Pero aunque haga calor aquí en la calle yo soy mi propio patrón. Si no trabajo no consigo dinero ninguno para vivir», dice Carlos. Tiene tres hijos y paga sus estudios con lo que se gana cada día en las calles malagueñas.

Héctor es un artista polifacético. Era cocinero, pero se quedó sin trabajo. Con una mano delante y otras detrás. No le quedó más remedio que probar suerte en la calle, divirtiendo a todo el que pasara a cambio de una moneda. Ahora tiene la libertad para hacer lo que le plazca.

Bajo la sombra de los toldos de calle Larios, Héctor comenta el calor asfixiante de estos días de terral. «He sufrido un poco. Cuando hay humedad se pasa mucho peor porque estás sudando sin parar. Tienes que beber mucho líquido y comer fruta y verdura para no deshidratarte».

No todos los artistas tienen las mismas condiciones. Algunos están en la calle por las estafas que se dan en nuestro día a día. Es cierto que las palabras se las lleva el viento. Gabriel da fe de ello. Y no es otro arcángel. Es un ciudadano cualquiera. Vino de Rumanía y trabajó en Murcia recogiendo cebollas. En su país le prometieron que en España iba a ganar 40 euros por día. Es ya la una de la tarde y tiene tres euros en un vaso de hojalata. «Estos días no me ha quedado más remedio que aguantarme con el calor», comenta con resignación Gabriel.

En calle Nueva, donde él se encuentra, también están los hermanos Pantoja. Un dúo que, cuando no tiene actuaciones, utiliza la calle como escenario. Han conseguido salir en todos los shows de la televisión. Estos días atrás, como otros, esperan a la sombra a que alguien les dé una oportunidad para grabar un disco.