José Antonio Colorado, de 38 años, es uno de los usuarios del Centro de Encuentro y Acogida para personas drogodependientes de Cruz Roja. «Vengo a asearme, a cambiarme y a desayunar. Llevo más de veinte años con problemas con las drogas, ahora estoy con la metadona y como estoy viviendo en la calle, pues vengo aquí. Me tratan muy bien», explica.

Este servicio comenzó su andadura en 2004. El volumen de atenciones que desarrolla actualmente es importante. De enero a agosto de 2010 han sido 228 las personas que han pasado por el centro (198 hombres y 30 mujeres). Más del 50% de los usuarios tienen entre 35 y 49 años y el número de voluntarios que colabora también es reseñable, con 26 personas.

Una psicóloga, una trabajadora social, un médico y tres monitores capitanean y coordinan al equipo de voluntarios. El objetivo de estas instalaciones no es que dejen de consumir, sino que se trata de un centro de reducción de daños, explican Karen Ruiz, responsable del departamento de Intervención Social de Cruz Roja, y Mónica Morales, responsable del centro.

Los servicios

«Aquí vienen usuarios que o no han podido o no han querido salir del mundo de las drogas», reseña Morales. El inmueble está ubicado en la calle Cruz Verde número nueve y tiene un horario de lunes a jueves de 8.00 a 14.00 y de 15.00 a 17.30 horas y los viernes, de 8.00 a 14.00 horas.

Presta diversos servicios como comida y bebida reparadora (café, bocadillos, galletas, etc.), lavado y secado de ropa, higiene personal (duchas, maquinillas de afeitar), intercambio de material higiénico (preservativos, jeringuillas, papel de aluminio), estancia y descanso; acogida, información, derivaciones y acompañamientos; atención sanitaria y psicosocial; y cursos y talleres.

La evolución del centro ha sido «muy positiva» a lo largo de estos años, tanto que las instalaciones se han quedado pequeñas para el número de usuarios y servicios, por lo que a final de año o principios de 2011 prevén mudarse y trasladarse al Centro Provincial de Drogodependientes en Palma-Palmilla.

«La mayoría de los beneficiarios son hombres y están bastante deteriorados por las drogas, desvinculados de las redes sociales y sanitarias, sin apoyo familiar y, muchos de ellos, en la calle», indica Mónica Morales.

«Vengo a asearme, como todos los días, a comer algo y a intentar hablar con la asistenta. Tengo un problema con las drogas y vivo en la calle. Venir aquí significa quitarme un rato de la calle y de sitios que no me convienen ni me interesan. Aquí puedes además hablar de tus problemas. No tengo trabajo ni dinero y estoy bien atendido en el centro. Las personas de aquí son buena gente y nosotros tenemos que ser responsables», indica José Antonio Vacas, usuario de 55 años.

Una importante labor que no sería posible sin la entrega de los voluntarios. Juan Palomo tiene 27 años y lleva colaborando con el centro desde marzo. «Me gusta, hay gente que necesita ayuda y a la vez te sirve para formarte. No suele haber conflictos. Una vez conoces al usuario sabes llevarlo y tratarlo. Hago esto porque estoy desempleado en estos momentos y además quiero dedicar mi tiempo libre a gente que lo necesita», relata.

Aquí comen, beben, descansan, se duchan y, sobre todo, escuchan y son escuchados, reciben aliento, ánimos y respeto. También realizan talleres de prevención de conductas violentas, de consumo higiénico, de reciclaje, bisutería o pintura tanto para reducir daños como para mantenerse ocupados y estar el mayor tiempo posible alejados de las drogas.