En los últimos años se ha convertido en un gasto fijo en los Presupuestos Generales del Estado. Las playas de Málaga consumen millones de euros por temporada y no precisamente en el apartado de infraestructuras y servicios. Los temporales, la edificación del litoral y el cambio de las corrientes marinas han hecho de la regeneración de la arena una necesidad ineludible, que no encuentra, por el momento, alternativas de solvencia y con capacidad para prescindir de la intervención periódica.

La regeneración ha supuesto una inversión de algo más de 50 millones en apenas trece años, sin contar proyectos afines, caso de la estabilización de la Caleta o actuaciones de urgencia como la limpieza posterior a las lluvias del pasado invierno. La partida destinada exclusivamente a realimentar las playas se ha reducido en las dos últimas anualidades como consecuencia de la crisis, aunque sigue siendo considerablemente alta. En 2011, el Gobierno, que tiene las competencias en la materia, se dejará 1,1 millón en la recuperación del litoral de Málaga, a lo que hay que sumar la financiación de proyectos relacionados con las instalaciones y la partidas para emergencias eventuales. La descarga de grandes cantidades de arena se repite con puntualidad de metrónomo cada doce meses. Francisco Javier Hermoso, responsable provincial de la Demarcación de Costas, insiste en que no es tanto suministrar nuevos recursos, como redistribuir los existentes, aunque no oculta la magnitud del movimiento ni su coste. La reproducción de la estampa hace pensar en un fenicio transportando grandes montículos en una barcaza, pero, ¿siempre fue así? ¿Las playas precisaron de toda la vida la mano del hombre?

Víctor Díaz del Río, investigador titular del Centro Oceanográfico de Málaga, sitúa el origen del problema en el periodo posterior a la revolución industrial. La regeneración de las playas, que él prefiere acotar con el término más riguroso de realimentación, es, como el rock y las vanguardias, un fenómeno del siglo XX. Está íntimamente vinculado a la ocupación demográfica del litoral y a actuaciones ligadas a la mejora de la vida de las sociedades como la represa de los ríos y de los cauces. También influyen procesos naturales como el cambio de las corrientes y, por supuesto, los temporales. La pérdida de arena es producto de la interrupción de la dinámica natural de las aguas, que transportan sedimentos procedentes de los ríos y de los arroyos.

Ahora bien, como señala Víctor Díaz del Río, no existen dos playas iguales. Aunque el desafío se puede trasladar a otros países, aquejados de las mismas dificultades, se descubren puntos del litoral como las Islas Baleares en los que los aportes llegan a través de antiguos arrecifes y otros, en los que, por el contrario, el régimen de vientos y la orografía contribuyen a agravar el desastre. El Mediterráneo, en líneas generales, se considera vulnerable, si bien hay excepciones.

Las mismas causas, pero un problema que no se puede sancionar como homogéneo. Francisco Javier Hermoso pone sobre la mesa una vía de solución aparentemente pacífica, pero irrealizable en la mayor parte del litoral de Málaga: ganar metros de playa en tierra firme. El exceso de urbanizaciones, la tendencia a construir cerca del agua, neutraliza la solución, salvo en contadas excepciones de la línea oriental de la Costa del Sol. No es el único impedimento procedente de las costumbres del hombre. La situación es compleja e incluye supuestos que no por estar unánimente aceptados dejan de ser aberrantes. «Nos hemos empeñado en construir playas donde nunca hubo como en La Malagueta y el artificio se paga con regeneraciones constantes», dice José Damián Ruiz Sinoga, profesor titular de Geografía Física de la Universidad de Málaga.

No es el único obstáculo aportado por el hombre. Muchas de las playas afectadas por el problema se podrían regenerar de manera natural con un cambio de vientos favorable. La cuestión es la impaciencia. Si construir al lado del mar resulta antinatural también lo es convertir la orilla en un parque temático para el baño, aunque la consolidación de la práctica y su poderío económico descarta un cambio repentino de actitudes. Se piensa en alternativas como la colocación de escolleras o espigones. Una solución que evitaría la realimentación constante, pero que la comunidad científica reserva para situaciones muy excepcionales.

El responsable de Costas coincide con Díaz del Río en rechazar la adopción de este tipo de medidas para todas las playas. La colocación de espigones, que tiene un coste económico bastante alto, supone en muchos casos un perjuicio medioambiental de proporciones tan severas como las que teóricamente corrige. Las estructuras suelen frenar la pérdida de arena, pero también bloquean la entrada de aportes naturales. «Eso sin tener en cuenta que también necesitan recursos periódicos para el relleno», alerta.

La opinión de los especialistas coincide con la recomendación de la Unión Europea, que en su informe sobre la erosión de las playas anima a buscar nuevos yacimientos de arena, tanto a nivel submarino como terrestre. «En eso precisamente estamos trabajando», puntualiza Hermoso.

Otra ecuación que queda por despejar es la influencia en el fenómeno del cambio climático. El investigador del Centro Oceanográfico de Málaga no se muestra escéptico, pero sí prudente. «El cambio de corrientes, al igual que los huracanes, forma parte de la dinámica natural del planeta, no se puede achacar en exclusiva a este tipo de cuestiones».

No obstante, el calentamiento del planeta preocupa a las autoridades. Si se cumplen algunas de las perspectivas dibujadas por los expertos, precisa Hermoso, el nivel del mar se elevará en Málaga unos 15 centímetros en los próximos cuarenta años. La previsión se recrudece si se atiende a la equivalencia: cada centímetro supone la ocupación de un nuevo metro de Costa. El problema no parece dispuesto a marcharse.