Tres imágenes planean sobre el imaginario colectivo de los andaluces: un tren cargado de emigrantes llega a una remota estación de Alemania; unas alpargatas de esparto cuelgan de un perchero en Casas Viejas, y la figura imponente de un caballo se recorta en el horizonte. Sobre el equino, un señorito. Postales como éstas han conformado, desde hace más de dos siglos, el estereotipo de lo andaluz, una idea inmutable que, tras tres décadas de democracia, continúa recibiendo ataques desde distintos grupos de presión, habitualmente políticos o nacionalistas. Una conocida copla de Antonio Martínez Ares compara Andalucía con «la tierra esperando llover». De momento, lo que ha llovido en los últimos años han sido muchos ataques a la idiosincrasia y los tópicos de una tierra que ha dotado de identidad, incluso, a la recia Castilla. Siendo aquella tan ancha.

El flanco más débil, el que recibe más golpes, es sin duda nuestro acento, que difiere dialectalmente incluso entre pueblos cercanos, pero que, de cara al resto de España, nos identifica como comunidad: es nuestra imagen de marca. Curiosamente, lo universal de esta región, la simpatía de sus gentes, lo agradable del clima, el gracejo inherente al hijo de Tartessos sólo se cuenta en los mensajes institucionales de la Junta: «Andalucía, imparable».

¿Por qué lo andaluz sigue siendo blanco inmisericorde de golpes salidos desde determinados grupos políticos? ¿Se nos sigue reconociendo por la vagancia, por el fatalismo ante la vida, por la sacralización de nuestras costumbres?

El poeta más andaluz, Federico García Lorca, se molestó después de que Luis Buñuel y Salvador Dalí rodaran Un perro andaluz, pero lo cierto es que la película, como dijo el genial autor aragonés, no tenía intención de provocar la consecuencia concreta que sí tuvo en el ánimo del vate granadino.

Cinco ejemplos de que nuestra esencia es hoy en día objeto para agredir a la autonomía: para el portavoz adjunto del PP en la Asamblea de Madrid, Juan Soler, Trinidad Jiménez, actual ministra de Asuntos Exteriores, no debía competir con Esperanza Aguirre por la Presidencia de la comunidad, ya que «su acento la hace más apta para Dos Hermanas o Vélez Málaga». La forma de pronunciar de Magdalena Álvarez, ex ministra de Fomento, le parece «de chiste» a la catalana Montserrat Nebrera, mientras que el diputado independentista Joan Puigcercós cree que aquí no paga impuestos ni Dios. Ana Mato, dirigente popular, considera que los estudiantes de la región son «prácticamente analfabetos», y Aguirre estima que Zapatero utiliza el dinero para venir a Sevilla y «dar pitas, pitas, pitas», en clara referencia al subsidio agrario.

Distracciones colectivas

Félix Moral, profesor de Psicología Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga, explica que «los estereotipos son creencias populares sobre los atributos que caracterizan a una categoría social y sobre los que hay un cierto acuerdo sustancial». Pueden ser positivos o negativos, pero, en situaciones sociales críticas como las elecciones, «donde la identidad y el etnocentrismo adquieren un gran protagonismo, pueden ser una herramienta fácil para conseguir diferenciarse de los otros y, al mismo tiempo, ensalzar lo propio».

En su opinión, «los atributos del estereotipo andaluz son muy marcados y destacables, más que los de un castellano, murciano u otras identidades nacionales. Esto contribuye a que estemos más expuestos y recibamos mayor número de críticas. Se habla más de los andaluces y esto hace que tengamos que salir con más frecuencia a defender nuestra identidad».

Hay que romper el binomio «hablar andaluz es hablar mal». Pero, ¿es un problema de autoestima colectiva? ¿Por qué tras casi tres décadas de autogobierno, además de modernidad, seguimos exportando imágenes más propias del pasado? Noticias como la declaración de flamenco como patrimonio inmaterial de la humanidad sirven, según Moral, «para mejorar nuestra autoestima colectiva».

El ensimismamiento, sostienen los expertos, podría ser parte del problema: nos extasiamos ante lo nuestro, pero hay que salir, ver mundo, y, tal vez, pasar un poco de quienes se califican a sí mismos con sus asertos. Ésta, al menos, es la postural del sociólogo y miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE, José Andrés Torres Mora: «Cuando te mueves y viajas por el mundo, te das cuenta de que ser andaluz no te complica la existencia. Antes al contrario, es un prejuicio positivo», indica, para luego pedir a quien suscribe este reportaje: «Yo no le echaría gasolina al fácil incendio del nacionalismo».

Quizás las palabras que más han dolido sean las de Puigcercós, independentista de izquierdas en una comunidad levantada, desde los sesenta, y entre otros, por cientos de miles de andaluces que allí emigraron. Pero hay historiógrafos que incluso le han negado unidad a la entidad política autonómica tal y como ahora se concibe: la Baja Andalucía sería una realidad distinta a la Alta.

«A veces bromeo en el Congreso con los estereotipos y les digo a mis compañeros: ´Hola laborioso catalán´; ´Qué tal, noble vasco´, etcétera... Lo hago usando la parte positiva del prejuicio. Está demostrado sociológicamente que hay más diferencias caracterológicas dentro de las distintas comunidades nacionales que entre las propias comunidades», apostilla.

El problema, por tanto, mejora desde que la democracia se instaló en la autonomía, pese a que algunos crean que el señorito andaluz sigue existiendo: «Cuando cambiamos nuestras élites tradicionales y pusimos élites democráticas, vimos que el problema no éramos nosotros, los jornaleros, sino los señoritos».

«Ser andaluz es algo positivo en tu pasaporte, en toda España, y el prejuicio es positivo en la vida. De vez en cuando hay alguien que se equivoca, pero ese alguien se representa a sí mismo y los suyos se avergüenzan de él», concluye.