Escribir unas memorias noveladas puede parecer un intento de acallar la conciencia tras una larguísima carrera, de poner en paz algunas cosas y de ajustar cuentas con uno mismo, pero Fermín Amezcua, que abandona el servicio a finales de mes, con 61 años cumplidos, asegura que así trata de decirle a la gente «lo que ocurre» tras los muros de un presidio. Y como buen conocedor de la realidad penitenciaria, sentencia: «La reinserción social no existe. El que tiene voluntad, si cuenta con medios, es difícil que vuelva», indica. En Memorias de una prisión, le toma el pulso a la realidad carcelaria del país por medio de relatar lo cotidiano.

Ha tomado café con Juan Antonio Roca infinidad de veces, y lo define como «educado». «Siempre está en su celda, estudiando», señala, para que explicar luego sus reticencias acerca del sistema al que, por cierto, pertenece. «Muchas veces miras a algunos presos y te preguntas cómo pueden estar aquí; a lo mejor le han metido seis años por cualquier historia y luego te enteras de que tuvieron un abogado de oficio», subraya.

¿Merecen la pena tantos sacrificios? «Claro que merecen la pena, porque haces un servicio con gente que te necesita. Ayudas a muchísimas personas, las entretienes, las arropas en sus quehaceres diarios. En definitiva, tratamos de humanizar la prisión», explica.

¿Por qué los violadores son los presos más odiados? «Es un delito que repele a la sociedad, y es cierto que están muy estigmatizados; el primer día de internamiento todo el mundo te mira de mala manera, pero a los dos días se olvidan del delito y te acogen como uno más», señala.

Es habitual verlo jugar al dominó con los presos. Ahora hace sus rondas en la cocina, y conoce los patios de cuatro prisiones distintas, dos de ellas de Málaga. En la primera (Cruz de Humilladero) no había celdas individuales, y los presos dormían en brigadas: «Eran literas. Si no tenías amigos, te lo robaban todo: el tabaco, la ropa, el alcohol, que por cierto era de lo más solicitado en esta prisión».

Está a favor de que se abra, de una vez, la cárcel de Archidona, actualmente en sus trabajos preliminares. «Hace muchísima falta, porque la Costa del Sol genera muchísima delincuencia: en la Carretera de Cártama, por ejemplo, teníamos la brigada de los madriles, que eran madrileños que se bajaban al moro para traficar, o la de los alemanes y los ingleses», relata analítico.

Sí le pone un pero a la actual política penitenciaria: «No se puede castigar todo con la cárcel y, hoy en día, se acude en exceso a penalizarlo todo, se criminaliza a la sociedad. En la prisión no puede caber todo el espectro penal español. La sociedad se preocupa más de sancionar que de reparar, y lo que habría que hacer es lo segundo, que se arregle el daño causado».

«No suelen ser agresivos, y las agresiones son esporádicas, pero sí hay problemas, por ejemplo, en las cárceles hay muchos enfermos mentales», concluye Fermín Amezcua, un gran conocedor de la realidad penitenciaria.

Recuerdos

Modelo de Barcelona. Una pelea con El Vaquilla a punta de tijera

En la cárcel Modelo de Barcelona, se enfrentó con el mítico El Vaquilla a punta de tijera. Éste lideraba un motín, pero al ir Fermín Amezcua a pedirle calma, el delincuente abrió la puerta de la celda ante la sorpresa del funcionario. Llevaba un punzón en la mano, haciendo varios amagos de ataque, a lo que el empleado respondió sacando una tijera para cortar sellos. No pasó nada. Por poco. Eso sí, varios internos levantiscos le dieron un fuerte golpe a un funcionario. Poco después, 45 presos se fugaron por el hueco del ascensor.

Antiguo prisión provincial. Huidas con final infeliz, ETA y el asesinato de un policía

En la antigua prisión provincial, vivió el famoso intento de huida de cinco presos que, en su infructuosa fuga, mataron a un policía en el tiroteo. El director general de prisiones leyó un comunicado por la radio diciendo que no se les maltrataría, dado que se hicieron fuertes en el interior del presidio. Esto ocurrió en 1985, pero en 1991 se vivió otro momento difícil: ETA puso una bomba cerca de la cárcel, y, aunque no hubo heridos, el marco de una ventana pasó a pocos centímetros de la cabeza del director del penal. En 1992 pasó a Alhaurín de la Torre, donde ha habido menos problemas.