Del monte a una parcela hostigada por los chalés y el final del mercadillo. Del canto saturnal a la parranda. Son muchos los cambios que la vida le ha imprimido a la festividad de los verdiales, pero pocos han afectado a su caja de ritmos contra el tiempo. La música ha ganado la batalla y la tradición llega a su día grande con los remaches más firmes de los últimos años. Las pandas celebraron ayer su motivo más identitario, el solsticio de invierno, el culto al sol, y lo hicieron con un registro que se instala cómodamente en el orgullo, especialmente después de recibir el título de Bien de Interés Cultural (BIC), que garantiza, al menos en teoría, su protección por parte de las administraciones públicas.

Los verdiales están de moda y no sólo por la distinción. Su rasgueo milenario reclama la atención de antropólogos y estudiosos de la música y sirve de influencia para composiciones que van desde el flamenco a la imaginería folk de los neoyorquinos Animal Collective. La fiesta sigue siendo una de las escasas manifestaciones de la provincia capaz de congregar a aficionados de tres generaciones distintas sin necesidad de recurrir al reparto gratuito de bebida. Da igual, incluso, que su templo habitual, la Venta de San Cayetano, quede inutilizado por el paso de la hiperronda y se improvise un escenario en el recinto ferial de Puerto de la Torre. Los fiesteros acuden, sobre todo, si existen nuevas razones como la del título y el homenaje a uno de sus miembros más insignes, Andrés Jiménez, El Santo, letrista e investigador del género.

Poco después del mediodía, El Santo permanecía a los pies del promontorio en espera de las autoridades. El alcalde, Francisco de la Torre, levantó una placa a su nombre, que servirá para convertir el parque añejo al recinto en una explanada plenamente verdialera. Andrés se mantuvo en forma y visiblemente emocionado por los honores, solicitados por vecinos y agrupaciones musicales, comenzó a tirar de verso. Primero, con viejas letras que rinden tributo a la esencia (para buscar los orígenes de los cantes malagueños / a los montes hay que subir/ y vivir con los lagareños/ y comprender su sentir) y luego con un sentido poema en el que repasó su vínculo con la tradición. El maestro tuvo tiempo, incluso, de susurrar a los periodistas los versos que compuso para el alcalde, quien destacó la particularidad del cante y el baile, de pedigrí cien por cien nativo. «Muchas de nuestras tradiciones son compartidas, pero esta es solo nuestra.

La fiesta mayor no estuvo exenta de críticas. Muchos se quejaron del nuevo espacio, que consideran bastante peor acondicionado y más ajeno a la insignia rural que ha definido la tradición desde la época de los fenicios. Jorge Cuenca lamentaba de la falta de aparcamientos, aunque, eso sí, sin dejar de celebrar la categoría cultural adquirida por el género.

El entusiasmo llegaba también a las maneras elegantes de Francisco Granados, amigo del homenajeado, que considera a los verdiales poco menos «de lo que lo hace un padre con un hijo». «Hubo una época en la que esto decaía y parecía que iba a perderse, por eso hay tanta alegría», explicó. Muy cerca de allí, otro veterano, Andrés Crespo, evocaba los tiempos de la venta de El Túnel. Tampoco faltaba el compromiso de los más jóvenes. Marina Portillo, de tipismo tradicional, destacaba la alegría de la fiesta, la misma, insistía, que vio en sus padres y abuelos.

El viaje de los verdiales hasta el reconocimiento como BIC ha sido largo e incluye letras de amor y desengaño, de refriega entre pandillas, de atavíos ligados a su origen solar. Andrés Jiménez habla de una música considerada como una de las raíces del gran árbol del flamenco, que se mantiene inalterable de un modo tenaz y vertiginoso, a pesar del ruido de los siglos y sus distintas velocidades. Las instalaciones provisionales acogieron ayer la actuación de una treintena de pandas, enfrentadas en un certamen y precedidas por los cantes al aire libre. Los ganadores fueron las pandas Santón Pitar y Raíces de Almogía, que, junto a los representantes del estilo de Comares, demostraron la energía de un sonido que acaba de recibir el espaldarazo que lo introduce definitivamente en el nuevo milenio. Los sombreros de flores y espejuelos, las letras de El Santo, la guitarra rendida al cambio de estación. La fiesta tiene vida por delante.