Ayer apareció el cadáver de la niña de 13 años María Esther Jiménez Villegas, en un pueblo de la provincia de Málaga, Arriate, donde residía con sus padres. El cadáver presentaba signos de violencia y no se conocen detalles de lo sucedido, puesto que la policía judicial y los forenses están tratando de establecer las circunstancias del crimen.

Como en casos anteriores, la noticia ha conmocionado a la sociedad y ha llamado la atención de los medios de comunicación. Se ha puesto en marcha una espiral en donde la raya entre la información y el morbo será difícil de delimitar.

Estuve en el programa de Ana Rosa ayer en el momento en que los padres de la criatura, en estado de shock, accedieron a conceder una entrevista que me pareció no sólo correcta, sino realizada con un tacto exquisito por Ana Rosa Quintana. Nada que objetar a este tratamiento informativo, sino todo lo contrario: cumplió con todos los parámetros exigibles a una información elaborada con honradez y sin sensacionalismo.

El problema puede venir a partir de ahora. Los padres de María Esther, Juan Isidoro Jiménez y Carmen Villegas, no pueden ser más humildes. Alparceros de profesión, se presentaron ante las cámaras con toda dignidad y sin ningún ribete de excesos a pesar del dolor que paralizaba sus caras.

Pero los hechos de esta naturaleza acostumbran a proyectar hacia los medios a las familias de las víctimas, que terminan por sentir una atracción fatal hacia las cámaras en donde el dolor es el vehículo hacia una notoriedad que no siempre es saludable para ellos ni para la sociedad.

El mundo mediático en que vivimos promociona el prestigio social de la víctima que envuelta en su dolor, recibe en forma de solidaridad la atracción de los focos que acuñan populismos en forma de petición de aumento de las penas y una sombra de sospecha sobre una sociedad presuntamente permisiva con el crimen. A nosotros, los periodistas, y a las empresas, nos corresponde establecer una barrera entre el sensacionalismo y la información que ayude a preservar los derechos de los familiares de las víctimas que también termina siéndolo del mundo mediático en que vivimos.