En septiembre de 2009, el obispo Jesús Catalá lo nombró subdelegado de Cáritas. Ahora asume la responsabilidad como director, ¿cómo afronta el reto?

Con ilusión y con esperanza de que las cosas mejoren, pero el contexto social es muy duro. Ahora recogemos algo de lo que Cáritas ya avisó: había mucha gente, los que llamamos «integrados», que aparentaba estar bien económicamente pero no lo estaban tanto, eran vulnerables y la crisis les ha dado de lleno. Creemos que las cosas van a ir incluso a peor, porque no hemos tocado fondo. La afluencia de personas a las 156 cáritas parroquiales de la provincia va en aumento.

¿Cuál es el perfil de las personas que acuden a Cáritas?

Hay tres grupos. Por un lado, gente que no había venido nunca y que ahora acude porque no puede más. Por otro, personas que habían dejado de venir y que han vuelto a medida que se acababa el trabajo en sectores como la construcción, los llamados «pobres de ida y vuelta». Y por último están los pobres de siempre, que no han dejado de venir; para ellos las condiciones no cambian nunca.

O sea, que ya les llega gente de lo que llamamos clase media.

Es así, y también ocurre que el perfil de la persona que viene a Cáritas es ahora más joven y abundan cada vez más los casos de españoles (hasta ahora el 50% de los atendidos eran inmigrantes). Antes la media edad de los que venían era de 39 años, ahora ha bajado a 29. Nos llegan muchas parejas jóvenes y mujeres solas con cargas familiares. Cáritas es para todos ellos el último recurso, no tienen nada más. Para los que vienen por primera vez es muy incómodo.

¿Por qué?

Son gente que no está acostumbrada a pedir. Es lo que Manuel González, el que fuera obispo de Málaga, llamaba «pobres vergonzantes». Vienen desesperados, entran con discreción y piden ayuda. Cáritas es su último recurso. Esa gente acaba dando el paso porque han agotado todos los recursos públicos y porque la red social de apoyo -familia o amigos- estan también exprimidos o en las mismas circunstancias que ellos. Cáritas hace lo que puede; no tenemos solución para todos, pero sí acogida para todos.

¿Para qué da ayuda Cáritas?

Para todo: el gasto en alquileres, agua, luz, teléfono, butano, alimentación, material escolar... El tema de las hipotecas ya se nos escapa, pero le digo que voluntarios de Cáritas han acompañado incluso a personas al banco para renegociar las condiciones de su hipoteca. Lo hacemos cuando conocemos bien a la familia y sabemos que, por su escasa formación o falta de habilidades sociales, no están capacitados para desenvolverse ante un cajero o un director de sucursal.

¿Se dan negativas a las personas que se acostumbran demasiado a pedir?

El que siempre está pidiendo ayuda tiene ya hechas sus triquiñuelas. En Cáritas creemos que la pobreza no es sólo la carencia de bienes materiales, sino también la falta de hábitos sociales, de educación, de formación. A muchas personas que piden ayuda de forma crónica hay que tratarlas con planes integrales para que busquen empleo, aprendan a administrar su domicilio o gestionar las pensiones que reciben. Cáritas da muchos «sí», pero también muchos «no», porque creemos que esa negativa también ayuda a la persona a que tome las riendas de su vida. A algunos, como ejemplo, le das ayuda tres meses, pero a cambio de que se apunten al paro o hagan algún curso de formación.

¿Se sienten desbordados?

Lo estamos en muchas cáritas parroquiales de zonas concretas, donde hay una población muy grande y recursos limitados. La clase media se ha resentido mucho en barrios como la Carretera de Cádiz, Cruz de Humilladero, Arroyo de Los Ángeles o Carranque. También hay casos como la Palma-Palmilla, que arrastran problemas de siempre. Después hay barrios atendidos de forma directa por Cáritas Diocesana como La Corta o la Cruz Verde.

¿Hubo exceso de consumo y falta de previsión en las familias?

Sí, porque mucha gente que nos llega lo hace con muchas letras, demasiada para lo que era su nivel de ingresos. Hipotecas, coches último modelo, televisiones de plasma, electrodomésticos, el gasto de varios móviles... Quizá se ha vivido con poco sentido común. Y los excluidos son los primeros que caen en este alto consumo, quizá como método de integración. Los excluidos son víctimas también de lo que la sociedad les ha vendido. El pobre ha asumido el modo y los hábitos de los ricos y eso, cuando ha llegado la crisis, le ha llevado a la frustración. Cáritas ayuda a estas personas, pero ellos también tiene que recapacitar y readaptar su nivel de consumo. Y eso no se consigue en una sola entrevista con ellos o dándole sólo ayuda económica. Lo malo es que las necesidades de estas familias son ahora muy urgentes, y lo urgente impide siempre cambiar lo imprescindible.

¿Cómo se rescata a esas personas?

Algunos están muy desanimadas. La pobreza merma las expectativas de futuro de la persona, que terminan levantándose cada día sin entusiasmo o, por ejemplo, sin ganas siquiera de afeitarse para ir a buscar trabajo. Hay que recuperar su dignidad. No se trata sólo de pagarles el recibo de la luz, sino de que salgan a buscar trabajo, que sigan llevando a sus hijos todos los días al colegio o que acudan a cursos de formación. La virtud de Cáritas es que trata al pobre en su propio terreno, no desde esquemas ideales. Tenemos 1.500 voluntarios en Málaga y hemos percibido una realidad: nuestros voluntarios atendían antes a pobres, ahora atienden a sus vecinos. La pobreza está cada vez más cercana.