Una cancela separa la zona palaciega del barrio de viviendas, que no está abierto al público. El problema queda resuelto con una de las decenas de llaves del monumento y si lo visto hasta entonces te recrea en el pasado, el también llamado barrio castrense es un viaje sin intermediarios a la Edad Media. Las callejuelas solitarias tienen por suelo viejos sillares del Teatro Romano, el remedio más eficaz para convertir en útil, en esos tiempos, una infraestructura abandonada. Delante de la visita marcha un eficaz gato ratonero, muy bien cuidado, uno de los secretos de la Alcazaba, que así se ve libre de roedores. El barrio lo forman sólo cinco manzanas y ocho casas, aunque como explica Fanny de Carranza, por las dimensiones de dos de ellas (200 y 180 metros cuadrados) bien pudieron formar parte del palacio, mientras el resto, algunas de solo 36 metros cuadrados, servían a una pequeña guarnición.

Reconstruidos sus muros, impone entrar en estas pequeñas viviendas que contaban, cómo no, con una estudiada letrina, con un sistema de evacuación que todavía hoy causa asombro porque sigue funcionando, aunque obviamente esté en desuso. En las paredes se aprecian todavía restos de pintura y en algunas, el arranque de una escalera. Cuando los Reyes Católicos conquistaron Málaga y vendieron a la población, los soldados cristianos se desentendieron de este barrio hecho para ellos. Como destaca Fanny de Carranza, en una ciudad en paz, era más cómodo dormir en ella y sólo acudir a trabajar a la Alcazaba. Como resultado, los siglos convirtieron el barrio en una huerta y ha sido la tierra la que, por otro lado, lo ha preservado mejor

a. v. málaga