La mujer. Esposa, madre, trabajadora, confidente, secretaria, cocinera, ama de casa, limpiadora, cuidadora, universitaria, jefa, deportista, consumidora... y un largo, asfixiante y agotador etcétera. El 8 de marzo se celebra un año más el Día Internacional de la Mujer.

La jornada pretende hacer reflexionar a la sociedad en general sobre el largo camino que las mujeres han tenido que recorrer para ver reconocidos sus derechos. En España, el primer 8 de marzo se celebró en 1977, una fiesta que el movimiento de mujeres aprovechó para plantear sus problemas en el terreno laboral. Un año más tarde, en 1978, la Constitución Española reconoció la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, como uno de los principios del ordenamiento jurídico.

Ahora, tras contar con el marco legal, tocaba la puesta en práctica. ¿Ha avanzado la mujer en estos últimos años? A tenor de lo que sigue en estas páginas la respuesta es un contundente sí. La mujer ha avanzado en el terreno laboral y en la parcela de la igualdad a pasos agigantados, pero queda mucho por hacer.

Concepción Cruces, de 82 años; María Teresa Cruces, de 57, y Cristina Merino Cruces, de 35, son abuela, hija y nieta. Sus vidas son fiel reflejo de esta evolución de la mujer y de esta conquista de derechos. Sus testimonios construyen la historia viva del progreso del mal denominado sexo débil en España y son una clara muestra de estos logros. Éste es el relato de tres generaciones cuyo esfuerzo y lucha por salir adelante es más que encomiable. Son historias con alma, con alma de mujer.

Entre el hambre y las goteras

Concepción Cruces tiene 82 años y camina con dificultad por el piso, bastón en mano. Sus ojos muestran la paz ansiada y al fin lograda, pero a la vez dejan escapar el sufrimiento de una vida marcada por la necesidad. Con los ojos llenos de lágrimas y de emoción Concepción, Conchi como la llaman sus allegados, comienza su relato. Vivía en Cañete la Real. A su padre se lo llevaron y lo mataron y su madre «viuda de guerra» tuvo que salir adelante con seis hijos.

Estas duras circunstancias obligaron a Concepción a trabajar a la temprana edad de diez años. «Nací en el 29 y ya en el 39 o el 40 empecé a trabajar», comenta. Cogía aceitunas en el campo, algodón, habas... e iba allí donde había empleo, en Cañete la Real, en Sevilla, donde fuera necesario. Finalmente recaló en Alemania donde estaba un hermano suyo. «Me fui a trabajar allí, sin papeles ni contrato, tendría treinta y pico años», relata. Estuvo en un hotel, día y noche, hasta que se marchó a Barcelona, donde entró a trabajar en casa de una familia que la acogió como una más.

A Concepción le gustaba mucho leer, pero fue a la escuela apenas hasta los siete años. De hecho, escribe con bastante dificultad. Recuerda que en la etapa en la que trabajaba en el campo era tan pobre que por la noche lavaba el vestido para poder ponérselo por la mañana. Confiesa además que pasó hambre, porque su madre no tenía qué darle de comer a seis bocas. «Cuando nos acostábamos y llovía nos caía el agua encima y teníamos la habitación llena de cubos. Nos tapábamos con un colchón viejo o con una chaqueta vieja», comenta visiblemente emocionada.

Además tuvo una hija y ha sido madre soltera. «La tuve a los 24 años y me supuso muchos problemas entonces», comenta. Pero ya en Barcelona todo empezó a mejorar. Estuvo muchos años trabajando para esta familia y, finalmente, regresó a Málaga. Hace ya siete años que vive con su nieta y su hija y que por fin puede dejar a atrás el rosario de penurias.

Su hija María Teresa Cruces, de 57 años, lo ha tenido algo más fácil, pero su vida tampoco ha sido un camino de rosas. Vivía con su abuela, ya que la delicada situación de su madre, que tenía que trabajar, le impedía estar con ella. Pero María Teresa no quería por más tiempo estar separada de su progenitora y con tan sólo 12 años se marchó a Barcelona para estar con ella.

«Cuando llegué allí se me cayó el mundo. Yo estaba estudiando en Cañete la Real y tenía una vida de niña y descubrí que mi madre en Barcelona no tenía nada que ofrecerme. Pero me quedé y tuve que trabajar duro. Me buscaron una casa de una familia que tenía un restaurante y allí trabajaba yo y vivía, cerca de mi madre, pero cada una en una casa», relata.

María Teresa recuerda que le encantaban las películas de Marisol. «Me quedaba en las sesiones continuas y veía mi Málaga y lloraba, la plaza de toros...», comenta. Pero María Teresa quiso mejorar y progresar y cambió de trabajo. Estuvo como dependienta hasta que se casó en el 74 y dejó de trabajar. Ha tenido tres hijos con su marido y durante muchos años todo les fue bien, pero el periódico donde trabajaba su pareja cerró y ahí empezaron de nuevo las penalidades.

«Yo me puse a coser y a él le iban saliendo trabajillos. Hemos pasado lo nuestro. Más que necesidad, carencias. Ya al fin entramos los dos a trabajar en el Real Club Marítimo de Barcelona donde estuvimos diez años y hace ya cinco que estamos en Málaga. Soy la mujer más feliz del mundo. Se cumplió mi sueño que era venir a Málaga», comenta.

La tercera de esta saga, Cristina Merino Cruces, tiene 35 años y reflexiona tras los testimonios de su madre y de su abuela sobre los cambios que se han experimentado. Considera que se ha avanzado mucho y que hoy el acceso a una formación está al alcance de todos, no como antes.

Cristina nació en Barcelona, estudió EGB, también un módulo de primer y segundo grado de jardín de infancia y finalmente magisterio. Hasta los 23 años vivió en Barcelona, en un barrio de andaluces. Pero en Navidad, en Semana Santa y en verano siempre visitaba Málaga y el pueblo de su padre, Priego de Córdoba.

Cristina era feliz, pero sentía la llamada de su tierra. «Pedí el traslado de matrícula y me vine a Málaga con 23 años y sola», cuenta. Aquí compartía un piso de estudiantes con otras dos compañeras y trabajaba también para ayudar a su mantenimiento.

Ahora trabaja en el Ayuntamiento de Cañete la Real, de técnico de juventud, una labor que le apasiona, y que desarrolla desde 2008. Cristina echa la vista atrás y observa lo que le ha tocado vivir a ella frente a su abuela. «Ahora todos podemos estudiar y ha habido mucho avance en políticas sociales, sobre todo en los últimos ocho años de Gobierno. Por ejemplo, mi madre cuida ahora a mi abuela y gracias a la Ley de Dependencia recibe un dinero por ello y está asegurada», comenta. Cristina trabaja de forma activa porque su deseo es que se avance más en políticas de igualdad y juventud y por ello milita en el PSOE, para intentar mejorar las cosas y que ninguna mujer vuelva a atravesar las duras circustancias de su abuela y su madre.

Mujeres en la lucha

Aurora Fernández, Alicia Martín Fernández, de 43 años, y Aurora Haro Martín, de 15, son también abuela, madre e hija. La historia de estas mujeres es muy diferente a la anterior. Todas han tenido la posibilidad de estudiar, han sido universitarias y han trabajado. Reconocen los avances en igualdad que se han vivido en la sociedad pero coinciden en que queda mucho por hacer.

Aurora Fernández, de 64 años, ya despuntaba en su generación. Ha sabido ser una mujer actual. Hizo magisterio, se presentó a las oposiciones y comenzó a trabajar. Cuando se casó pidió excedencia y a los diez años volvió a trabajar, ya en la enseñanza privada.

«En igualdad aún queda mucho por hacer. De todas formas yo vengo de una familia donde los hombres han cooperado, colaborado y compartido las tareas del hogar porque las mujeres trabajábamos. Mi madre trabajaba también y mi padre colaboraba y mi marido también lo hace», comenta.

Unas palabras que corrobora su hija Alicia, que además es una luchadora activa de esta causa. Alicia es madre de dos hijos, trabajadora y es además presidenta de la Asociación Mujeres en Igualdad, una actividad que realiza de forma voluntaria porque cree que hay mucho por hacer aún. Estudió psicología de empresa en la Complutense de Madrid, montó su propia consultora y actualmente trabaja en un organismo autónomo de gestión tributaria.

«Mi situación no ha sido fácil. Estoy separada y tengo dos hijos. Creo que he sido y que soy una mujer fuerte. La sociedad debe ser incluyente», comenta. Para Alicia los retos son ahora lograr la corresponsabilidad real entre los hombres y las mujeres en el terreno del hogar y el empoderamiento de la mujer en el plano laboral, para ello cree que son vitales que el Gobierno y la Junta pongan en marcha medidas de conciliación.

La tercera generación, Aurora Haro, a pesar de su corta edad tiene una opinión sólida y bien formada al respecto. «Mejorar hemos mejorado, por ejemplo antes la mujer no trabajaba para cuidar a los hijos, pero ahora existen todavía muchos aspectos por cambiar como el hecho de que el embarazo de una mujer sea visto como una traba por el empresario», comenta. Las tres con su actitud, sus actos y su esfuerzo han colaborado y han creando conciencia en igualdad tan necesaria aún en muchos hogares.