Los pequeños detalles marcan la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario. El palmeral del muelle 2 recoge una amplia muestra de curiosidades y elementos que lo hacen diferente. Más allá de aspectos más llamativos como la gran pérgola o los edificios acristalados y elevados para dejar espacio libre al paseo, un recorrido por este parque es una invitación a pararse e investigar.

La entrada al palmeral se realiza por una suave rampa desde el acceso abierto a la plaza de la Marina. A la derecha está el primero de los edificios. Éste, achaparrado y con una cristalera, se dedicará a un negocio hostelero, como su gemelo en el lado opuesto del palmeral.

Las primeras palmeras se sitúan a los lados y junto a una fuente donde los chorros salen del suelo en un baile armónico y cambiante. Ora salen con un metro de altura, ora lo hacen a medio o no salen.

Un poco más allá, el primer edificio. La futura estación de cruceros, con su pasarela buscando el cantil del muelle. Al otro lado, un jardín de plantas autóctonas, recias y duras. Bajas. Apenas apuntadas sobre el suelo de mármol. Los primeros jardines hundidos, en la parte más cercana al paseo de los Curas, con la piedra blanca que los destacan, invita a acercarse y bajar la rampa. Sentarse a la sombra de los árboles frutales y aislarse del ajetreo de la ciudad que discurre a cuatro ruedas a diez metros.

Los otros dos edificios se levantan paralelos al que será la estación. Algo más livianos, con menos huella y dejando más espacio para el paseante, son dos grandes contenedores con vistas al mar y al Parque. Las puertas que separan las dependencias tienen la huella de una mano que invita a empujar para abrirla.

Fuera, uno de los jardines destaca. Parece sacado de Alicia en el País de las Maravillas. Figuras triangulares que se mueven y suenan. Teclas en el suelo como salidas de un piano gigante, bancos sinuosos que imitan el oleaje o un asiento cónico, curioso y que en realidad es un juego para dar vueltas. Los elementos más extraños se intercalan con otros más comunes, como bancos de madera que han sido colocados en un semicirculo. Parecen que están en la plaza de un pueblo, donde los vecinos bajan sus sillas a charlar. Buscan fomentar la relación de la gente y la conversación afable.

Para los niños, más inquietos, caballos de madera que dan vueltas, estructuras de troncos para jugar a castillos y fuertes de vaqueros y una fuente curiosa, como una alberca, larga y estrecha desde la que el agua cae con languidez.