Palacio de Villalón. Hora del almuerzo. Un grupo de obreros observa la llegada de un cámara y bromea sobre la posibilidad de salir en la foto. No hay nada de extraño. En los últimas semanas, ése ha sido su imperio. El Museo Thyssen de Málaga se empeñó en abrir el 24 de marzo y lo va a conseguir después de una puesta a punto frenética, con carreras y decenas de operarios trabajando en una secuencia casi orquestal, de ejército. La propia Tita Cervera, que será la presidenta del patronato que ordenará la pinacoteca, ha supervisado la colocación de los cuadros. La galería ya es una realidad, la obstinación de la baronesa.

A la luz de la energía dispuesta en estos días, se podría hablar de nervios, pero las vísperas parecen más concentradas en los detalles complementarios que en el museo, prácticamente abotonado en sus detalles esenciales. Se esperan fastos de bienvenida, con la presencia de Antonio Banderas, y tres semanas de entrada libre en las que la colección permanente, compuesta por un total de 230 cuadros, se encontrará por primera vez con el público de Málaga, que podrá contar en un radio de poco menos de un kilómetro con tres grandes museos, algo impensable hace una década. Apenas unas horas antes de la inauguración, las paredes blancas del museo, ubicado en un antiguo palacio del siglo XVI castigado sistemáticamente por accidentes y despropósitos institucionales, enseñan ya los tonos que les darán sentido durante buena parte de los próximos quince años. Paisajes, marinas, escenas bucólicas, la galería de gestos y motivos que recorren el romanticismo español, si es que existió finalmente, y las escuelas del XIX.

Análisis de la colección

La colección del nuevo Thyssen, urdida con la intención de rotar con los otros espacios expositivos ligados a lo baronesa, se surte de los fondos privados de Carmen Cervera, que administra un legado compuesto por más de un millar de piezas. Muchos de los cuadros han sido trasladados directamente desde las residencias de Tita, que se ha comprometido a ceder las obras al museo durante quince años. Agotado ese periodo, serán los herederos de la coleccionista los que renegocien el préstamo, pensado inicialmente para prolongarse sin demasiados aspavientos.

Las pinturas que prenden ya en la pinacoteca revisan los nombres propios del naturalismo y realismo decimonónico, pero también orbitan por otras épocas, aunque tímidamente. El Thyssen dispone de piezas de Sorolla, Julio Romero de Torres, Zuloaga, Carlos de Haes, Benjumea, Muñoz Degrain, Fortuny, Gutiérrez Solana.

Una pléyade a la que se añaden sorpresas como la talla románica que dormitaba hasta ahora en el depósito del Museo de Arte de Cataluña. La gestión de todas ellas no se presume, ni mucho menos, en estático. Las propias dimensiones del edificio, que superan los 7.000 metros cuadrados, obligan a restringir la exposición, que sólo podrá mostrar 170 piezas por temporada con el objetivo de alojar a las colecciones itinerantes.

La idea es que haya movimiento y no sólo a través de las distintas combinaciones que permiten las reservas de pinacoteca. La dirección del Thyssen, encabezada por Carmen López, tiene comprometidas dos muestras para este año que animarán los timbres decimonónicos del grueso del mueso. La primera, prevista para el otoño, se centra en el periodo holandés de Van Gogh, del que se colgarán temporalmente una docena de óleos, a los que sucederán una representación del impresionismo francés en la que no faltarán los galones más nobles, Renoir, Monet, Pissarro.

El espacio, no obstante, abrirá con una exposición más directamente emparentada con sus principales baluartes.

Pintura andaluza y española, en la que se integrarán algunas de las últimas incorporaciones a los fondos de la pinacoteca, como Rompeolas, San Sebastián, de Joaquín Sorolla o Las coristas, de Gutiérrez Solana.

El Palacio Villalón restaurado

La expectación por la apertura no se circunscribe en exclusiva a los cuadros. La reforma del Palacio de Villalón, sometido a trabajos de restauración desde hace más de un lustro, nace con la pretensión de convertirse en un nuevo hito arquitectónico para el Centro de Málaga. El Thyssen, diseñado por Javier González y Rafael Roldán, ocupa el espacio del antiguo edificio, al que se le suman dos nuevas plantas provistas de cafetería, tienda y biblioteca. La remodelación, no exenta de polémica por la sintonía con el entorno, promete la integración de valores añadidos como un conjunto de pinturas romanas halladas durante las obras. Málaga ya tiene baronesa.