Pedro tiene 34 años y Eva 30. Ambos son profesores en la capital malagueña y llevan juntos doce años, los dos últimos casados. Una pareja normal y corriente que un día se planteó, fundamentalmente él, la posibilidad de tener relaciones sexuales con terceras personas sin que eso supusiera un problema para una relación consolidada.

Eva, muy tradicional, se resistía y Pedro dejó de apretar asegurándole que nunca haría nada sin su consentimiento previo. Ese gesto pudo ser el detonante que finalmente le llevó a Eva a decirle que sí, que podrían informarse sobre un lugar en que pudieran iniciarse en el intercambio de parejas.

El asesoramiento les llevó a la asociación mencionada en el reportaje. Tras pasar el corte selectivo de la asociación y plantarse allí un sábado, los nervios pasaron factura, pero no lo suficiente como para salir corriendo. Sólamente fueron una vez y no practicaron sexo con nadie, pero conocieron a tres parejas con las que estuvieron charlando toda la noche. Con una de ellas quedan de vez en cuando para practicar un intercambio en el que Pedro se mantiene como heterosexual. Eva, sin embargo, ha conocido su lado bisexual.

Lo que surja

Sus encuentros suelen producirse en zonas neutras para garantizar la discreción. Hoteles o apartamentos en diferentes puntos de la costa en los que se lo pasan «de maravilla». Según Pedro, con las otras dos parejas no han llegado al intercambio, pero mantienen una «muy buena relación de amistad». De hecho quedan para cenar, ir al teatro o al cine muy a menudo. La versión que ofrece responsable de la asociación en la que estas parejas se conocieron reafirma la teoría de que ellos organizan encuentros en los que nadie está obligado a nada. «Hay de todo. Desde la pareja que rápidamente se convierte en habitual, hasta la que vienen una vez y no vuelve por la razón que sea», concluye.