Un temporero de Frigiliana y la patilla de Lou Reed. La señora de los ultramarinos y los Premios Grammy. El pan con aceite y un rasgueo de guitarra de Nick Cave. Aparentemente son realidades remotas, casi de siglos distintos, pero en la provincia se han hecho tan correlativas como la sombrilla y el bronceador. No, no es una nueva moda del turismo rural. Tampoco una colonia de estrellas del rock. La historia de la Costa del Sol está llena de cosas así, aunque esta vez la coincidencia destaca más en un tipo de inmigración y en un artista, Nick Launay, acaso el estudiante más moderno que haya existido jamás en la comarca de la Axarquía, el gran cerebro de la música anglosajona.

Aunque su biografía no está excesivamente amplificada, cosas de la discreción, el músico, que improvisó sus primeros ritmos en las calles de Frigiliana mientras medio pueblo perdía el norte tras los pasos de su madre, la modelo Eve Launay, no necesita demasiada presentación. Sus trabajos hablan por él. Desde que comenzó en el negocio de la producción musical, allá por los ochenta, ha definido el sonido de bandas como Talking Heads, Supergrass, Lou Reed o Silverchair. Su último éxito es nada menos que los laureados Arcade Fire, a los que ha apurado hasta convertirlos en un fenómeno mundial.

Atraídos por la diversidad

La relación de logros de Nick Launay es extensa. A ellos habría que añadir el graduado escolar obtenido en el pueblo de Málaga, donde compartía clase y travesuras con niños de numerosas nacionalidades, incluida la tradicional, la de toda la vida, la que se dejaba querer al mismo tiempo por la agricultura y la atención a los forasteros que comenzaban a comprar casas en el interior. El artista no se lo toma como una anécdota. En su página web, habla de su dominio del castellano y de su infancia en Frigiliana, que recuerda como cosmopolita y a la vez agreste. Sin duda, los mismos aires que atrajeron a sus padres, quienes. dicho sea de paso, no cumplían precisamente con el arquetipo british de tonos rosáceos que juega con raquetas de tenis a la orilla del mar.

De la Bohemia Londinense

Los padres de Nick tenían aficiones más extremas y talentosas. Eve no sólo tenía locos a los aficionados a la moda de Londres, sino también a los cenáculos de intelectuales y modernos, entre los que gustaba moverse, en plan femme fatale. Su padre, André Launay, era un escritor sin demasiada fortuna, aunque solvente, cosa que no resultaba fácil, ni siquiera en aquellos sesenta en los que se cambiaban poemas por vaqueros y canciones por almohadas y jergón.

Traslado a la Axarquía

Los Launay, sin embargo, se cansaron de todo eso y quisieron formar una familia. André acababa de escribir una guía de viaje sobre el sur de España y se decantó por La Axarquía. Eve abrió una tienda cool de esas que harían que las viudas vieran al diablo asomarse al callejón. Mientras el pequeño Nick correteaba por las calles de Frigiliana, sus padres se dedicaban a seguir siendo jóvenes y probar un modelo alternativo de educación. El asunto, y la provincia, le dieron resultado. Contra todo pronóstico, al niño no le dio por leer a Baudelaire y tirarse por el balcón, que sería lo normal, sino que extrajo una vocación, la música.

Camino del estrellato

En 1976, perturbada por los cambios fiscales que se avecinaban en el país, la familia enrumbó de nuevo a Londres. A Eve no le costó demasiado mover contactos para que su muchachito axárquico tuviera una oportunidad. Nick la aprovechó. O mejor dicho, se comió al profesor. A uno, a diez, a mil. Su debilidad por los sonidos frescos y vivos, acaso heredada del hippismo de sus tutores, le hizo ganarse el respeto y la confianza de grandes artistas como Lou Reed. El chico que recorría las cuestas de Frigiliana le dice a Nick Cave lo que tiene que hacer. De paso, no se olvida de su infancia. Launay se pasea todavía por la provincia, especialmente porque su padre, André, continúa viviendo en la comarca, en Nerja, donde escribe libros para el mercado anglosajón con protagonistas de la Costa del Sol.