Su cara ilustra el diccionario de la derrota, de la mala suerte. Pocas veces se vio a una estrella con tantas facultades para la decadencia. Su caída es como el llanto de un payaso, como el desplome cruel y despiadado de un héroe que se se descubre grotesco y provoca mucha menos pena que hilaridad. En Inglaterra todavía le persiguen los niños con el dedo burlón. Han pasado muchos años, pero nadie se olvida de Fred Starr. El cómico que fue víctima de la mayor celada periodística de la historia, el hombre del rumor del hámster, el hazmerreír oculto de la Costa del Sol. Aquí pasó largas temporadas, algunas embebidas por el lujo y el ocio costoso y hortera, otras refugiándose de todo lo que sonara a inglés.

La popularidad de Fred en las islas es similar a la de Jordi Estadella en España, aunque puede que, incluso, completamente del revés. La humillante portada que le dedicó The Sun, en que se le relacionaba con gustos culinarios próximos a Star Trek, se convirtió en una coletilla tan celebrada por los hijos de la Gran Bretaña como los neologismos de Chiquitistania en este confuso y embravecido país. Starr sigue siendo un fenómeno social, aunque por razones muy distintas las que le llevaron a la fama en la época en la que compraba propiedades como si fueran aperitivos en la Costa del Sol.

Degeneración y rumores. Starr no salió del anonimato por la prensa amarillista, sino por una guitarra, como Lennon, al que conocía perfectamente y tuteaba durante una etapa en pie de igualdad. Aunque ahora no lo parezca, el cómico inició su carrera en la banda The Midnighters, cuyo mánager era nada menos que Brian Epstein, el considerado quinto beatle y turista también ilustre de la Costa del Sol. El grupo, habitual de The Cavern, llegó a propulsarse a lo más alto de la lista de ventas, aunque durante un tiempo infinitamente más corto que el de sus vecinos de Liverpool. El éxito se evaporaba y Starr supo saltar por la borda para intentar sacarle rédito a su indudable cara dura y capacidad de imitación. La trayectoria del artista como cómico fue meteórica. De los circuitos de monólogos pasó rápidamente a presentar los programas de máxima audiencia de la televisión británica. Así, durante las décadas de los setenta y de los ochenta, que le valieron para amasar una fortuna desperdigada en villas de lujo de Marbella y Torremolinos.

Sin embargo, no parecía despertar la simpatía del país. Sólo de ese modo se explica que su caída en desgracia no suscitase el lamento del público y de sus compañeros de profesión. Más bien todo lo contrario; daba la impresión de que el pueblo estaba agazapado y armado hasta los dientes desde un tiempo remoto para pisotear lo que quedaba de él.

Porque a Fred Starr la fortuna le abandonó a la manera de una mujer cruel y experta en derecho civil. Hubo una premonición. En la cúspide de su ventura, el artista invirtió en caballos de carreras y uno de ellos ganó el premio nacional de Inglaterra. Durante la entrevista, únicamente se oyó la voz del periodista, lo que a los ingleses, ellos sabrán por qué, le resultó tan gracioso como para reproducirlo frenéticamente al más puro estilo de la empanada de Martes y 13. España no es tan diferente. Tal vez.

Poco después llegó el primer escándalo. El antiguo jardinero del cómico confesó a los tabloides que recibía órdenes para cuidar asuntos mucho más íntimos y anatómicos que las buganvillas de la mansión. Starr, a pesar del puritanismo, salió indemne de la machada, sobre todo, si se compara con la famosa portada de The Sun, que todavía se estudia en las academias de periodismo del Reino Unido como ejemplo de delirio y amarillismo ramplón. El rotativo reproducía unas presuntas declaraciones de la esposa del artista que no dejaron indiferentes a nadie: «Fred Starr se comió a mi hámster». La frase ha sido durante décadas el chiste favorito de la pérfida Albión, pervertido, incluso, en las últimas elecciones para atacar a Gordon Brown. (Brown ate my pension, señalaba un libelo escrito para la ocasión). El caso, que inspiró un capítulo de la serie de Larry David, se convirtió en la maldición de Starr, que tuvo que huir a la Costa del Sol. Desde entonces lucha por volver a la fama. De un modo un poco tosco, todo sea dicho. Su última llamada a la prensa fue para vanagloriarse de haber vendido a muy buen precio sus cuatro casas de Málaga y anunciar que vivía con un fantasma. La provincia fue testigo de la gran sonrisa del payaso nacional. Nunca nadie se acordó de pedirle pedón.

Desesperación y autoparodia. En los últimos años, el incombustible Freddie Starr ha intentado adoptar un papel autoparódico con el objeto de recuperar la fama y, sobre todo, los millones que le reportaba. Sus apariciones en televisión, reducida a formatos nostálgicos, se deben en exclusiva al abordaje del asunto del hámster, estudiado en numerosas universidades como ejemplo superlativo de rumor. La portada del tabloide británico fue el principio del fin de su vida de vividor hortera y acaudalado en la Costa del Sol.