El compromiso se renueva en la derrota. El PSOE abre su proceso para elegir al sucesor de Zapatero con la gran incógnita de cuántos darán el paso para administrar el naufragio y afrontar otro contundente fracaso en las generales de 2012. Los barones socialistas ahora sin reino discuten si lo más acertado es abrir un proceso de primarias o sumarse a la iniciativa de Fernández Vara de cerrar filas para que Alfredo Pérez Rubalcaba sea un candidato de consenso que evite al partido desangrarse en una pelea interna por un poder tan efímero como un póster electoral. Dependerá de su capacidad de sacrificio, pues el PSOE tiró hace tiempo la toalla para el 2012 y los que suspiran por suceder a Zapatero aplazarán su puesta de largo para después de las generales. No hay que quemas naves innecesarias.

La debacle del PSOE ha sido monumental. De las que hacen época y duelen. Son sus peores resultados de la democracia con la pérdida de cuatro comunidades que dominaban, no gobernarán tampoco en Cantabria con Revilla, necesitan a IU para mantener Extremadura y han cedido alcaldías simbólicas como Sevilla o Barcelona. Sólo les queda Andalucía como último bastión y gracias a que no se han celebrado autonómicas. ¡Qué difícil resulta gestionar una derrota!

Las causas no hay que buscarlas en los efectos de la crisis, que también, sería como hacerse trampas en el solitario. Hay más razones de peso como la falta de un discurso propio desde que Zapatero se viera forzado en 2010 por Europa a renunciar a parte de sus políticas sociales. De un plumazo y fruto de la pésima gestión de la crisis (no había día que no se rectificara sobre lo ya rectificado), los socialistas se quedaron sin explicaciones, sin política y, encima, fueron incapaces de transmitir a la ciudadanía las razones de tan doloroso viraje. En un día el PSOE quedó desnudo. Sus dirigentes fueron menguando abrumados por la dialéctica del PP, que se animaba sondeo tras sondeo, y se refugiaron en una especie de resignación cristiana ante el batacazo que se avecinaba. Estaban sin líder, sin discurso, con cinco millones de parados buscando los brotes verdes que sólo Salgado y Zapatero cultivaban y acorralados en Andalucía por los escándalos de los Eres. Con este panorama era impensable no pegarse un castañazo. Lo que no calibraron bien fue su magnitud.

En Málaga fue de máxima intensidad, pero aún no se ha escuchado a ningún dirigente socialista dar explicaciones convincentes más allá de los tópicos o del mensaje de resistir, aunque la capacidad de aguante dependerá más bien de las ganas de otros.

El hundimiento aquí es aún mayor. Once puntos de diferencia que han permitido al PP desalojarlos de casi todo el poder institucional. Ahora su máxima figura municipal es el alcalde de Cártama. Lo dice todo.

El PSOE tardará décadas en recuperar lo que el domingo dilapiaron debido a la ausencia de referencias claras en el litoral, a candidatos poco solventes, a los graves problemas para llegar a la sociedad o a los mensajes erróneos. En los 90 alcaldes como Fernández Montes o Esperanza Oña tomaron las riendas de sus municipios y años después siguen creciendo. Si los nuevos (Nozal, Barón, García Urbano, Maripaz Fernández, Salado, Bonilla...) siguen sus pasos, los socialistas protagonizarán más de una década al sol.

A los errores del PSOE se unen las virtudes del PP, que han logrado los mejores resultados de su historia en Málaga y que han demostrado que el litoral ya se les queda pequeño, muy pequeño. La grandeza de su victoria será proporcional al grado de responsabilidad a la hora de ejercerla, pues las mayorías aplastantes se confunden con los autoritarismos.