Los integrantes del movimiento 15M decidieron ayer en asamblea poner fin a la acampada que permanece en la plaza de la Constitución desde los días previos a las elecciones del 22 de mayo. La decisión fue adoptada en la segunda votación consecutiva en la que se discutía la continuidad del campamento, que será relevado, según indicaron fuentes del colectivo, por nuevas formas de protesta.

De acuerdo con José Fernández y Rafael Palomo, el movimiento decidirá en las próximas semanas la fecha exacta del desmantelamiento, que podría tener lugar el próximo 11 de junio, coincidiendo con la toma de la nueva corporación municipal, o el 19, día en el que se prevé una marcha multitudinaria hacia Madrid.

Los miembros de la asamblea insistieron en que el final de la acampada no debe entenderse como el abandono definitivo de la plaza de la Constitución, que seguirá siendo el punto de encuentro para las asambleas, aunque, eso sí, en régimen diurno. «Hemos decidido extendernos a los barrios y la acampada nos quitaba mucha energía», detalló Fernández.

La permanencia de la protesta ha estado recientemente rodeada de polémica. Especialmente, por la relación con los comerciantes, entre los que se oyen todo tipo de impresiones, favorables, desfavorables e, incluso, indiferentes. En las últimas semanas, la Asociación de Empresarios Hosteleros de Málaga (Aehma) se ha mostrado activamente disconforme. Sus argumentos apuntan a la pérdida de clientela, algo que, sin embargo, no todos comparten. Especialmente, en el corazón de la plaza, donde los activistas aluden al respaldo brindado por algunos de los establecimientos y a las diferencias con puntos como Madrid. «Aquí no se obstaculiza el tránsito y hay mucha gente que pasa como si no estuviéramos», declara Fernández.

Jesús Rodríguez, de la zapatería Antonio Parriego, no contradice la opinión de los integrantes del movimiento. Asegura que el negocio no se ha visto afectado y que la afluencia de clientes tampoco se ha reducido desde que se inició la acampada. Otros, como Daniel Heredia, de la relojería Miguel Heredia, matizan sus observaciones y aseguran que, si bien no se puede hablar de grandes pérdidas, tampoco de un estímulo para el consumo. «Perjudicar no perjudican, pero beneficiarnos tampoco», resalta.

Heredia es de los que creen que el movimiento se ha empobrecido en las últimas semanas. «Se le ha agregado gente que no tiene nada que ver con el mensaje», señala. Clara Inés Daza, de Natural Blend, observa un cambio de actitud entre los acampados. «Al principio eran educados, pero ya no», indica. Un barril bloquea la entrada de acceso a los aseos del local. Asevera que no le ha quedado más remedio después de los excesos de algunos de los habitantes temporales de la plaza. «Nos han atascado el baño y los clientes se quejan», reseña. Daza, al igual que Andrea Romero, de la tienda Uno de 50, lamenta la coincidencia de la acampada con la obra que cierra la plaza en la esquina con la calle Especería. Una alianza que, indican, ha resultado perversa para sus intereses comerciales. «Los turistas no nos ven con las carpas y no llegan hasta aquí», señalan.

Otros comerciantes, caso de Ana Núñez, de Punto Roma, se muestra preocupada por el efecto turístico del campamento, que, en su opinión, puede resultar disuasorio, especialmente para la plaza. Luisa García, de La Canasta, prefiere no hablar tanto de molestias como de la falta de ingresos extra que podrían derivarse de la celebración de eventos en el mismo espacio. Por su parte, Clemente Muñoz, de Montaditos, no percibe una incidencia significativa.