Sueña con perros del infierno y mantiene una expresión amable, de aragonés platónico, montaraz. Su bigote resulta pacífico, como el de un explorador. Es el dibujante de la cuna del Ebro más imitado desde Goya, pero puede permitirse el lujo de recorrer la provincia sin que nadie repare en que son precisamente sus manos las que manejan los puños de acero, la furia del robot. Carlos Ezquerra está considerado desde hace más de treinta años uno de los nombres más ilustres del cómic y su casa de verano no están en Miami, sino en la Costa del Sol, donde se deja ver durante periodos tan amplios que incluyen incluso el trabajo, la trama pictórica del juez Dredd.

Cada vez que la prensa anglosajona habla de él, las primeras líneas le dibujan con un cigarrillo en la boca, a menudo con la vista perdida en uno de los horizontes que se extienden desde su espectacular casa de Marbella. La referencia es inevitable y no sólo porque se trata de un autor español, sino al mismo tiempo de un artista que se ha adaptado tan extraordinariamente bien a la cultura british como para no dejarse cautivar por otro paraíso que no fuera la Costa del Sol.

De emigrante a héroe anglosajón

Carlos Ezquerra salió de España en la época que apenas empezaba a farfullar el turismo en la provincia, ensimismado en las visitas aristocráticas y el manto oscuro del franquismo. Se fue, sí, por las circunstancias, que meraban también una profesión a la que la oficialidad española respetaba tanto como a una canción infantil. Y no precisamente de Joselito. El artista lo tuvo claro y la gloria le vino al mismo tiempo que a los autores más celebrados de la escena británica. La fama del aragonés creció al lado de las de los superhéroes y con ella sus viajes a la Costa del Sol. Al principio con el heterónimo de L. John Silver y más tarde con su firma, que se escribe junto a la de Dave Gibbons o Brian Bolland, con los que comparte oficio y amistad.Para entender la grandeza de Ezquerra hay que mirar al juez Dredd, su personaje más rentable, encajado en la gran pantalla, incluso, por el asilvestrado genotipo de Sylvester Stallone. Si en las viñetas no aparece un motivo de la provincia es porque el dibujante dispone de una gran capacidad de abstracción. La lógica aparatosa de los antagonismos sitúa su mano en Marbella, dando bofetadas en las láminas en un ambiente apacible, casi de bañista zen.

Leyenda sobre leyenda

La presencia del artista en la Costa del Sol ha sido durante mucho tiempo un motivo de susurro cómplice entre los aficionados al cómic, que presumen una y otra vez de haber tropezado con él en el entorno de Marbella, como si fuera algo parecido a una hipóstasis mariana o, peor aún, a un misterio sólo apto para un grupo de avisados capaz de distinguir entre la caspa y el oro, el berrido y la genialidad. Nada más lejos de los pasos de Ezquerra en la Costa del Sol, que nunca se ocultaron. Ni siquiera en lo que respecta a su hijo, que estudió en la provincia, probablemente sin necesidad de pavonearse y mostrarle a sus compañeros que lo que ellos consumían se horneaba en casa, aunque, eso sí, con la rúbrica de John Wagner en el guión.

Ilustres de la ilustración

Que Carlos Ezquerra optara por Málaga es, sin duda, un motivo inevitable de fabulación. Su amistad con el dibujante de La broma asesina, una de las novelas gráficas más celebradas de Batman, enciende la mecha hasta iluminar postales hipotéticas con Marbella como fondo incorruptible del género, capaz de acomodar en el mismo sofá a los colosos mundiales de la ilustración. Quién sabe. Es posible que la aleación de fechas montara una secuencia kilométrica propia de las leyendas de París, con los gigantes del cómic brindando casi al lado de la cama en la que Thomas Bernhard se batía con el insomnio o Harryhausen, el de Furia de Titanes, contaba esqueletos desde su habitación. Sin contar con las estrellas del cine, con los del monóculo y los gemelos de oro, con las bailarinas, con el piano de Rubinstein o la curiosidad de John Lennon. El músculo metalizado de los héroes del cómic también descansa sobre la arena de la Costa del Sol. Brillo de sardina sobre el mentón del juez Dredd.