«Aunque Málaga es mi patria chica, me siento ciudadano del mundo», así se define José Azaustre Muro, un malagueño de 82 años que también confiesa haber sido «quijote y aventurero», como demuestra una trayectoria vital en la que no recuerda si aprendió antes a escribir o a pintar, tal ha sido su vocación por el Arte.

Nacido en Málaga en1929, de padre empleado de Telégrafos, cuando enfermaba de pequeño su madre le daba una libreta con lápices de colores y pasaba las horas pintando. También sorprendió a los vecinos con un Nacimiento con figuritas de barro que esculpía y cuando acudía al cine Goya, aprovechaba para dibujar las fotos de los artistas de cine. Y así, con 14 años, es lógico que ingresara en la Escuela de Artes y Oficios. «Y porque no se podía ingresar antes», cuenta. Tras acabar los estudios (cada año sobresaliente y premio en metálico), dos años en Tetuán haciendo la mili y tras tantear sus posibilidades en Málaga, José Azaustre confiesa: «Llegó un momento en que decidí dar el salto y con 850 pesetas que reuní de unos cuadros chiquitos me lancé a Madrid».

Tenía dinero para un mes y si la cosa no fraguaba, se volvía para Málaga. Finalmente, en la capital de España estuvo casi 10 años. Todo comenzó con un primer encargo a la tía de una sobrina a la que le había llevado ropa de invierno, un encargo de Málaga. Ese primer retrato lo cobró a 2.000 pesetas, «Con eso tenía para cuatro meses en Madrid», señala. José Azaustre, un hombre metódico y disciplinado, poco amigo de la bohemia que el tópico le supone a todo artista, se ejercitó durante horas haciendo copias en el Museo del Prado y prosperó en Madrid, centrándose en su faceta de retratista, una disciplina para la que es primordial conversar con el modelo «para que la personalidad aflore a la vista, porque el carácter es muy importante en un retrato».

Un buen día, tras visitar una exposición de sus obras, un portorriqueño le encargó un retrato. «Como sólo iba a estar una semana me preguntó que cuánto tiempo tardaría en hacer el retrato, le dije que dos días y que si no le gustaba, no me lo pagaría».

No sólo le gustó sino que le animó a viajar a Puerto Rico para pintar a su familia. En agosto de 1963 José Azaustre cambió Madrid por la ciudad portorriqueña de Ponce, donde en principio sólo estaría unos meses, que se convirtieron en 26 años. «Todo fue sobre ruedas», resume. El artista malagueño conoció a la alta sociedad portorriqueña, que le abrió las puertas; allí conoció además a su mujer Hilda, a la que le daba clases de pintura. Su experiencia en la isla la describe como «maravillosa».

En 1989 decidió volver a Málaga. «Yo tenía una obsesión en mi vida, quería dedicarme a la pintura religiosa, tenía esa necesidad», confiesa, al tiempo que cuenta que sus cuadros religiosos no dejan indiferente al espectador y muestra un cuadro con el rostro de Jesús, inspirado en la Sábana Santa Turín. «Tengo 50 cuadros que he tardado 21 años en pintar».

Ahora espera conseguir la sala adecuada para esta gran muestra de arte religioso. Otro de los proyectos de José Azaustre y de su mujer es crear la fundación con el nombre del artista que ayude a fomentar el arte figurativo entre los jóvenes. El pintor malagueño sigue en la brecha con la misma energía y amor por el Arte de siempre.

Pintando con Azaustre, mejor programa educativo

«Dicen que el destino no existe pero no puede uno asegurarlo porque hay cosas que vienen para uno y no se desvían aunque lo rechaces», cuenta José Azaustre. Y es que estuvo un año rechazando hacer un programa de televisión en el que debía pintar ante los telespectadores. «Yo estaba acostumbrado a que me entrevistaran pero no a que me grabaran tres cámaras pintando», comenta. Finalmente se avino a hacer una prueba, no sin antes tomarse un whisky, «para que se me soltara la lengua». Y lo hizo tan bien («cuando vi la prueba me dije, ¿ese soy yo?») que durante dos años y 150 programas semanales fue el protagonista de Pintando con Azaustre en la televisión portorriqueña, en el que durante 30 minutos daba clases de perspectiva, composición e incluso de escultura (todavía guarda un busto de Cristo que hizo de memoria ante las cámaras). Su popularidad fue tanta en Puerto Rico que, como confiesa, «llegó un momento que me tenía que esconder». En 1982 Pintando con Azaustre fue reconocido con el premio al mejor programa educativo del año. Muchas vocaciones artísticas salieron de su buen hacer ante las cámaras.