os ojos del verdugo pendientes de su cintura. La mano de Gardel, el pulso de Marlene Dietrich. La sonrisa embelesada de Jacinto Benavente. La aclamación en Buenos Aires, en México. Todo revuelto con las sombras en una casa de Benalmádena, a pocos metros del parque de atracciones. La fotografía de los turistas frente al murmullo de otro tiempo, de una gloria y su memoria, la de Imperio Argentina, contenida para siempre en la calle que lleva su nombre, donde vivió hasta su muerte, hace ahora justamente ocho años.

La cantante que sedujo al Führer, la actriz recuperada por Borau, encerrada en la burbuja de la mala suerte, de una época marcada por el desencuentro y la caspa. Imperio Argentina eligió la Costa del Sol y lo suyo fue un viaje de ida y vuelta, como los tangos. La familia de su madre, la bailarina Rosario del Río, hundía sus raíces en Coín y en Monda. Una malagueña en el barrio porteño de San Telmo. Como el dibujante Quino. Criolla y alma de la copla. Magnetismo en el escenario.

Su nombre, maltratado por la historia, se mezcla hoy con ecos de generales y popurrís infames. Cuesta detenerse, observar sus movimientos y los meandros de una biografía enciclopédica, con elogios de héroes y villanos, de verbenas e intelectuales. Magdalena Nile del Río, que así se llamaba, fue bautizada sobre los escenarios por Jacinto Benavente, que trazó puentes entre su voz y las de dos artistas del momento, Pastora Imperio y La Argentinita.

SEDUCCIÓN DE CRIMINALES

La intérprete tuvo una vida amplificada por el éxito. Durante décadas, fue la gran referencia internacional ligada a la provincia. Rodó junto a Florián Rey, Maurice Chevalier y Carlos Gardel, con el que cantó a dúo, privilegio que únicamente ocupa a otras tres cantantes. Lo de Hitler nunca fue una metáfora. Goebbels, el pajarraco de Goebbels, tenía debilidad por sus guiños y sus canciones. Los dos hombres más peligrosos del planeta y su baba cáustica, que diría Girondo, cayendo como copos de plomo frente a los trajes de la diva, cuarteando sus virtudes en la misma hoja que saludaba a Richard Wagner.

LA LEYENDA DE LA HUIDA

La popularidad de Imperio Argentina se extendió por Alemania. La actriz se hizo amiga de Marlene Dietrich, a la que sirvió de contrapunto meridional, de versión morena de la fama. Dicen que la argentinita salió corriendo después de la noche de los cuchillos largos. La leyenda la sitúa entrando sigilosamente a la sastrería, en mitad del caos, viendo el cadáver de su sombrerero frente al mostrador, el principio del holocausto.

CAÍDA EN DESGRACIA

La artista cautivó a gorilas, a falta de emperadores. A los de Alemania, se les unieron los nacionales, los hermanos Primo de Rivera y, por supuesto, Franco, otro pajarraco, pero en versión cutre, grasienta, chata. La afinidad le costó más de un disgusto. Los abucheos de la audiencia europea y americana, el olvido posterior a la caída de los generales. Hubo que esperar a gente con cabeza para que se desprendiese su talento de los caprichos de los militares. El Festival de Cine de San Sebastián y, sobre todo, José Luis Borau, que le ofreció un papel en Tata mía (1986), notable película en la que la artista convence a sus detractores, se sacude definitivamente los ecos reduccionistas, de la fritanga.

EVOCACIONES Y MEMORIAS

En sus últimos años, Imperio Argentina participó en un espectáculo de la Expo de Sevilla, publicó sus memorias, escritas por el dramaturgo Pedro Villora. Desde su chalé de Benalmádena veía pasar la vida y algo más, pequeños grupos de admiradores, de jóvenes, de curiosos. La artista saludando desde la ventana. Los días apacibles después del trasiego de los baúles, de la inmigración, de los vestuarios. Las manos de la actriz en una maceta, perdidas en el tiempo, en la casa de la calle que lleva su nombre, a pocos metros del Tívoli. La ventana y la noria. El cambio de milenio, de régimen. Su huella marcada en el cementerio de Benalmádena y en el paseo de la fama de Madrid. La Malena de los teatros.