Málaga a su Virgen de la Victoria. La procesión triunfal de la patrona de Málaga desde la Catedral comienza siempre con esta composición de Ginés Sánchez cuyo título resume una secular tradición de alabanzas a la Virgen que llegó con los Reyes Católicos y que ostenta el patronazgo de la ciudad desde 1867. Ayer se repitió el instante preciso en el Patio de los Naranjos, a cargo de la banda de la Expiración. La Virgen salía en su trono bajo una lluvia de pétalos que caían sobre el baldaquino que la aloja. Málaga a su Virgen de la Victoria, como la marcha, arropándola de principio a fin en su camino a la basílica, venciendo al escepticismo en unos tiempos en los que la desilusión y la desconfianza parecen tener una supremacía que, aunque efímera, calan en la sociedad enojada.

Pero el 8 de septiembre sirve para que Málaga se reafirme en torno a esta imagen que tanta atracción ejerce. La procesión salía a las 19.45 horas, más tarde que otros años, para combatir los rigores del calor y ayudar de este modo a los hombres de trono, que año tras año prestan su hombro a la patrona. El público se agolpaba en el atrio de las Cadenas y apenas si se podía pasar.

En el interior todo era un caos perfectamente organizado, un ir y venir de representaciones, algunas mejor representadas que otras; algunas muy impuntuales. La banda de Bomberos, que está culminando un centenario espectacular, abría la comitiva integrada por peñas, asociaciones, cofradías de Gloria y de Pasión, colegios profesionales, la junta de gobierno de la Agrupación de Glorias, la de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa, autoridades militares, la completa representación de la Diputación Provincial, con doce diputados acompañando al vicepresidente primero, Francisco Oblaré; y la del Ayuntamiento, con el alcalde Francisco de la Torre a la cabeza, tras el pendón de la ciudad y junto a una veintena de concejales. La junta de gobierno de la hermandad iba impecable, delante de la cuadrilla de acólitos, y la curia, que se dispuso detrás del trono cuando éste ya había salido. Los primeros pasos, sin embargo, los dio delante, conformando una auténtica bulla de canónigos.

Se adivinan detalles, una evolución plausible, digna de elogio en una institución que se mueve con parsimonia... pero hay cosas que no cambian, como la estridencia que aporta la luz eléctrica en el cajillo y los alógenos que inciden, de manera directa, en el rostro de la imagen. Aunque esta iluminación fue suprimida a mitad del recorrido.

Nuevo itinerario

El itinerario era nuevo, cambiando el sentido de la procesión por la calle Larios y volviendo al mismo punto de inicio dos horas después, afrontando entonces una interminable travesía en línea recta por las calles Alcazabilla, Victoria y Compás de la Victoria. En la plaza del Obispo se retiró la mayoría de las representaciones.

Las primeras curvas se dieron con maestría, con suma cadencia y al ritmo impuesto por la música. Virgen de las Aguas, La Estrella Sublime, Coronación de la Macarena... marchas clásicas, triunfales, que servían para testimoniar esa Victoria que la Virgen personifica. En la plaza de la Constitución la banda interpretó la Malagueña Virgen de la Paloma y, a partir de ahí, por Larios, Bolsa y Stracham, la cruceta se embriagó de mesura.

La imagen, como es tradicional, lucía la Medalla de la Ciudad de Málaga y la de Oro de la Agrupación de Cofradías, así como una de las gargantillas que forma parte de su patrimonio devocional. El trono iba de nardos, habitual exorno.

La calle Victoria estaba engalanada para recibir a su Virgen. La casa hermandad de El Rico con muy buen gusto, además. Cuando la procesión llegó a la plaza del Santuario, la asociación cultural Teodoro Reding hizo entrega a la hermandad de un águila napoleónica que le fue entregada hace 203 años por su brillante contribución a la victoria en la Batalla de Bailén, y que le fue sustraída durante la ocupación francesa. A las 23.15 horas estaba previsto que se celebrara el encierro en la basílica.

«Es paradójico excluir a Dios para que el hombre viva»

La fe puede que se mueva a golpe de tradición, en ocasiones. En Málaga se constata de este modo cuando la ciudad responde a la llamada de sus raíces, aquellas que le conceden su identidad más profunda. Una de las fechas marcadas en rojo en este particular calendario devocional es el 8 de septiembre, día de la Virgen de la Victoria. La Catedral ayer se quedó pequeña, y no es tópico, para asistir a la solemne misa estacional en honor a la patrona, presidida por el obispo, Jesús Catalá, que en su homilía incidió en la contradicción que, a su juicio, supone querer eliminar a Dios de la vida de los hombres en una sociedad en la que «la fe resulta incómoda».

El prelado fue auxiliado por 47 sacerdotes, muchos canónigos del cabildo, con el deán a la cabeza, además del emérito, Antonio Dorado, y de Fernando Sebastián, que fue administrador apostólico de la diócesis. Catalá estrenaba una mitra y una casulla bordadas en hilo de oro y sedas por el taller de Sebastián Marchante, con motivos relacionados con el misterio de la Encarnación y la Virgen de la Victoria.

Desde temprano, en el primer templo se respiraba el ambiente de las grandes solemnidades. Repicaban las campanas y los fieles acudían en masa. Las autoridades aguardaban en la puerta de las Cadenas a ser recibidas por la junta de gobierno de la hermandad, aunque en esta ocasión no estaba el obispo, como otros años.

La corporación municipal, integrada por 16 ediles, hizo la clásica ofrenda floral de azucenas victorianas a la Virgen. La Diputación se sumó a esta costumbre y también ofreció una canastilla de flores a la patrona. En la misa también estuvieron presentes personalidades académicas y militares. En la parte musical intervino la coral Santa María de la Victoria.

Tras la liturgia de la Palabra, con lecturas de las profecías de Miqueas, el salmo con el Magníficat, una carta del apóstol San Pablo a los romanos, y una vez concluido el Evangelio, con un texto de San Mateo sobre el nacimiento de Jesús, el obispo inició su homilía haciendo una alusión a la JMJ celebrada recientemente en Madrid, donde se dieron cita un millón y medio de jóvenes de todo el mundo, «demostrando su talla humana y su respeto hacia quienes no piensan como ellos». Situó a la Virgen de la Victoria como ejemplo de abnegación y seguimiento a Cristo, «arraigada, edificada y firme en la fe», como el lema de las jornadas en torno al Papa.

«La fe es un don pero también una tarea y una elección de vida, y para la Virgen no fue fácil renunciar a sus planes para aceptar los planes de Dios», dijo Catalá, que denunció que los intentos por apartar «el tesoro de la fe» de la vida pública del hombre supone «un riesgo de perder lo que nos caracteriza».

La ceremonia terminó con la Salve por malagueñas y con un sonoro «¡Viva nuestra patrona!», en boca del obispo.