La Pollinica ejerce una extraña simbiosis entre los cofrades malagueños. Desempeña una poderosa atracción y es capaz de contagiar de ilusión a todos los que la esperan con impaciencia en las vísperas. Sea Domingo de Ramos o, como ayer, 2 de octubre, en un otoño veraniego como acostumbra a hacer en Málaga. La cofradía conmemoraba el centenario de su primera salida procesional con una extraordinaria que, como no podía ser de otra forma, fue por la mañana, llenando las calles del Centro de niños y mayores que compartían sonrisa al ver cómo el Señor de Martínez Cerrillo les bendecía a lomos de una burra y siguiendo los pasos de la pollinica que da nombre a la corporación.

Iba el Cristo solo, a diferencia de Semana Santa. Ni siquiera llevaba una palmera que le diera cobijo. Aunque las palmas estuvieron presentes en la comitiva, con el mismo movimiento caprichoso de cada jornada inaugural de la Semana Santa. Por eso no causaban sorpresa algunos comentarios preñados de guasa: «¿A qué hora sale el Prendimiento? ¿Por dónde va Lágrimas?», frases célebres en el día del estreno.

A las diez y media en punto sonaban los primeros toques de campana, que fueron ejecutados por el alcalde, Francisco de la Torre. Salía el trono del interior de la casa hermandad, y la comitiva de dentro de San Felipe Neri, organizándose en la calle Parras. Además de hermanos con velas y portando palmas, participaban en la procesión, de forma corporativa, las cofradías del Dulce Nombre, Huerto, Salud, Prendimiento, Humildad, Sangre, la Pollinica de Álora, Santa Cruz, Fusionadas, Rocío y la Pasión, todas con lazos de unión y fraternidad con la hermandad anfitriona.

Tras la cruz guía se situaba la banda de cornetas y tambores de la Victoria, con sus elegantes uniformes y toque con sabor clásico, interpretando marchas como Cristo del Amor, Cristo de la Sangre, Amor de Madre o Medea.

El sol de las primeras horas quedó oculto tras unas finas nuves que ni siquiera llegaban a preocupar ni nada amenazaban, ya que además fueron aliadas para mitigar el calor, aunque su rigor se dejó notar durante toda la tarde.

El Señor lucía su antiguo ajuar, una túnica burdeos y un mantolín verde bordados en el convento de las Trinitarias y que han sido restaurados y enriquecidos con maestría en el taller de Salvador Oliver Urdiales. El trono iba exornado con cardos morados, demasiado oscuros, en varios centros en las esquinas, laterales y el monte. Las petaladas, que se sucedieron por el camino, le dieron un agradecido toque de color conforme el trono iba avanzando, siguiendo un itinerario novedoso que, en parte, rescataba antiguos rincones pollinicos hasta no hace mucho, sobre todo en el entorno de la Catedral.

Tras el Señor se situaba la agrupación musical de la Vera+Cruz de Campillos, que imponía un ritmo y cadencia particular al paso imprimido por los portadores, que vestían traje oscuro, como la mayoría de los integrantes del cortejo, a excepción de los niños. Las primeras marchas fueron Nuestro Padre Jesús de la Victoria y Virgen de las Angustias, para entrar en Gaona.

El objetivo era recorrer las cuatro sedes canónicas históricas de la hermandad, a lo largo de estos años. Por eso, prácticamente nada más salir, ya se había pasado por San Felipe Neri. Y se dirigía a la plaza de la Merced por Montaño y Madre de Dios, donde la hermandad de La Caleta recibió a la imagen con pétalos y el sonido del tamboril. Tras un inédito recorrido por Alcazabilla, calle a la que entró a los sones de la sempiterna La Saeta, la procesión entró en Císter, calle donde se encuentra la antigua abadía de Santa Ana, que también fue sede primitiva. La comitiva transitó cerca de la iglesia del Sagrario y justo delante de la actual, en San Agustín. El público se congregaba en las aceras y no se podía pasar. Lleno absoluto para ver el centenario de la Pollinica.