Ross reconoce que sintió miedo al ver el fuego tan cerca. «Nos rodeó. Estábamos en la terraza y vimos cómo se propagaba por ambos lados de la vivienda», indicaba ayer con la mano alzada en dirección a su ahora negro jardín y a una cama elástica desecha. Las cenizas le recuerdan que no fue una pesadilla, aunque aún le cueste creerlo.

Ross Bell es uno de los residentes de la urbanización La Mairena de Ojén, uno de los tres municipios –juntos con sus vecinos Marbella y Mijas– afectados por el incendio que ayer calcinó unas 500 hectáreas de montaña poblada de la Costa del Sol.

«Fue horrible. Pero soy un afortunado», repetía ayer con insistencia. Los bomberos le desalojaron junto a su familia en torno a las 10 de la noche. Su vivienda fue una de las 700 protegidas por los bomberos entre Marbella y Ojén. «Y menos mal que la chispa no saltó un 15 de agosto», indicó el concejal marbellí de Seguridad Ciudadana, Félix Romero. De haberse producido en estas fechas, plena temporada alta, la urbanización estaría completamente poblada porque en su mayoría son segundas residencias de ciudadanos extranjeros. Es el caso de la familia Bell, de origen británico.

Las pérdidas económicas por los daños causados no es lo que más preocupa a estos vecinos. Después de todo, residen en un complejo de lujo porque pueden hacerlo. Pero mostraron que el miedo se cobra la tranquilidad de quien lo siente, sin atender a su saldo efectivo.

Henri Sprietsma descansaba con su esposa cuando les sorprendieron las llamas. Tiznaron las paredes de su chalé; quemaron los árboles de su jardín, incluido el madroño que le daba nombre al hogar, y derritieron la bañera de hidromasaje que tenían al aire libre. Más o menos acomodado y con más o menos capacidad de recuperarlo, para Sprietsma no dejaba de ser su casa.

«Son al menos 12.000 euros de pérdidas, además de la pintura», explicaba ayer este vecino oriundo de los Países Bajos.

«No hemos dormido nada. Nos instalamos en un hotel después de que los bomberos nos dijeron que teníamos que partir de urgencia sobre las 10 de la noche», rememoró ayer. Al matrimonio no le dio tiempo de salvar ninguno de sus enseres más preciados. La consigna era salir y pronto de allí.

Hubo otros que no estaban. No fue el fuego lo que les sorprendió sino las consecuencias generadas. Tom, cabizbajo, repasaba con entereza los restos que quedaban de su chalé mientras llamaba a amigos y conocidos para pedir ayuda. Había muchos escombros por retirar.

«No estoy para hablar. No puedo hablar», se limitó a declarar para este diario. Su vivienda, situada en la urbanización El Soto, había desaparecido. Apenas se conservaba la planta del edificio. Un amigo apoyaba su mano en el hombro de Tom para compadecerlo. «Es normal que no quiera hablar», le justificó.

El camino de tierra que conducía a su ya extinguida casa comunicaba con una moderna avenida de extravagantes farolas. Curiosa imagen la de unas luminarias estalladas y unos plafones convertidos en trozos de cera prendida. El monte perdido a lo lejos y un profundo olor a tierra carbonizada.

Nadie en la calle

No había nadie por la calle en los límites entre Ojén y Marbella ahora desdibujados tras el paso del fuego. Unos cuantos curiosos hacían fotos desde las zonas más altas y un puñado de electricistas reponían las torretas de alta tensión destruidas.

«Era fascinante ver cómo los bomberos apagaban el fuego», reconocían los vecinos evacuados, todos satisfechos con la actuación de los cuerpos de seguridad. La alcaldesa de Marbella, Ángeles Muñoz, no dudó ayer en destacar su labor. «Hay que agradecer su profesionalidad y su empeño», dijo la regidora.

«Movilizamos a 160 personas: 90 policías, 20 bomberos, 20 agentes de Protección Civil, y al personal de limpieza del Ayuntamiento», reseñó Romero. «Anoche no limpiamos Marbella y San Pedro», reconoció. El agua de baldeo sirvió para sofocar el incendio.